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lunes, 24 de octubre de 2011

Una infinita solidaridad alienta a la vigilia indígena

La plaza Murillo está tomada. Los indígenas de tierras bajas, sus acompañantes de pueblos aymaras y quechuas, y otros “luchadores sociales” han logrado instalar su segundo hogar sobre el frío granito, las gradas, los rincones rodeados de esculturas de mármol y ahora conviven con las miles de palomas que les arrebatan algo de su comida.

Las aves han visto invadido su territorio, allí donde reciben el alimento diario de manos de niños, y ahora comparten los espacios cubiertos de cartones, algunos colchones viejos, unas carpas coloridas de andinismo, otras de campaña, y todo ello pinta una postal de un centro histórico donde se instaló un gran campamento marchista.

El pasado miércoles, tras la llegada triunfal de la marcha a La Paz, en rechazo a una carretera por el centro del Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure (Tipnis), un centenar de hombres mujeres y niños burlaron la vigilancia policial y se instalaron en una vigilia que representa la presión bajo la cual el presidente, Evo Morales, negocia cada uno de los pedidos de la protesta.

Cerco. Es un cerco multitudinario a Palacio, es una representación del poder indígena organizado y evocando a los cercos al Palacio Legislativo que el propio Morales organizó por última vez el 28 de octubre de 2008, cuando reclamó la aprobación de la nueva Constitución Política del Estado (CPE) a un Parlamento donde la derecha aún mantenía espacios bajo su dominio.

Hoy, es otro cerco indígena el que asumió el papel de ente deliberante de plaza, donde los dirigentes, tras abandonar Palacio, improvisan asambleas con cada uno de los pueblos, informan en voz alta, explican y luego recogen opiniones de los asentados en el lugar.

Es otra democracia la que se vive aquí, en el centro del poder político boliviano. La gente hace de fiscal ante sus dirigentes, y aunque no pudieron ver a Evo Morales sino unos minutos, el viernes a atardecer, también están conscientes de su presión al mandatario.

Frío. Las temperaturas en La Paz, en esta temporada son extremas. De noche y madrugada, el frío golpea y al mediodía el calor seco obliga a los caminantes a guardar la ropa de abierto que yace en bolsas o amontonadas en el improvisado campamento.

La seguridad está reforzada. A una cuadra de distancia de la plaza, en ocho esquinas, barreras de acero, policías antimotines y bajo la mirada de los oficiales y jefes, es difícil el paso de personas ajenas a la marcha. La instalación de la vigilia, al anochecer del miércoles, se llevó la cabeza de un comandante departamental, y ahora nadie se expone a tal sanción.

Hasta estos puntos llegan, desde curiosos, gente que grita insultos, alienta a los marchistas, y otros con alimentos y con el ruego para atravesar la frontera.

Los guardias miran a todos con desconfianza, revisan rápidamente y luego dejan pasar a los donantes bajo el compromiso de abandonar la plaza tras la entrega de las donaciones.

Comida. Grandes cajas vienen llenas de sándwiches de marraqueta, el pan de esta ciudad, con una rebanada de carne, y acompañada de jugos frutales envasados. Otras bolsas llegan con bananas, a los que los visitantes llaman guineo y los donantes las distribuyen como plátanos.

Pesan y son muchas, y por ello el apoyo de bomberos voluntarios que se encargan de transportarlas por algunas cuadras y luego repartirlas, junto a los donantes, se ha convertido en la rutina de estos días.

Las cajas y bolsas llenas de alimentos, giran alrededor de la plaza, con la sonrisa de los solidarios hombres mujeres y niños que ven concretada su labor humanitaria al entregar en mano propia la comida y la ropa.

De cuando en cuando, se escuchan algunas voces de los indígenas rechazando los sándwiches a los que atribuyen malestares estomacales, y hasta suplican por las naranjas de temporada, casi pequeñas y de matizadas con puntos café de final de cosecha.

Atención médica. A corta distancia, una carpa con la presencia de enfermeras y médicos del hospital policial atienden a los niños, administran medicamentos y tienen ambulancias para transportar a quien requiera atención hospitalaria.

Las comidas llegadas hasta el centro de La Paz, fueron variadas en preparación y muy frecuentes en el día. La fundación Cáritas se encarga de preparar un menú variado. El fin de semana se distribuyeron centenares de raciones de sajta de pollo, una comida típica en La Paz, combinada con abundante arroz, papas blancas, y una preparación condimentada de ahogado para cubrir a los trozos de pollo.

Amas de casa, profesionales, jóvenes han interrumpido el descanso semanal, fueron de compras y llegaron con la comida, que a decir de un voluntario, se multiplica como los panes y peces de Jesús, y continúa alimentando a muchos y aún queda algo más en las cajas.

Entre ese mundo de solidaridad, el último sábado apareció agotado y ansioso por ayudar, el jefe de noticias de Radio Fides, Nicolás Sanabria.

Traía en hombros algunas decenas de frazadas nuevas, aunque en el momento de elegir a los beneficiarios debió sortear con algunas líderes aymaras hábiles en obtener el regalo.

Un día antes, este periodista había reunido dinero mediante una campaña en su medio, y regaló billetes de 200 bolivianos a unas 45 mujeres indígenas, las mismas que atravesaron el suplicio de Yucumo en una dura represión del 25 de septiembre.

Así se vive en las afueras de Palacio, mientras las cámaras y micrófonos se orientan a recoger la palabra de los líderes, y afuera la solidaridad apoya esta octava marcha de los pueblos del oriente, y se festeja modestamente la reafirmación de propiedad y gobierno en las tierras conquistadas hace 21 años con otra marcha.

Plaza convertida en refugio

La Plaza Murillo se ha convertido en el improvisado refugio de los indígenas, atentos al desarrollo del diálogo.

2.000
Marchistas Fueron los que caminaron más de 600 km para llegar a la sede de gobierno en defensa del Tipnis.

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