El pueblo nativo paiter-suruí, en el corazón de la Amazonía brasileña, carecía de contactos con el mundo occidental apenas 45 años atrás. Hoy apuesta a los complejos mercados de carbono para garantizar su supervivencia.
Habitantes del territorio Sete de Setembro, casi 250 mil hectáreas situadas entre los estados de Rondonia y Mato Grosso, cerca de la frontera con Bolivia, los paiter-suruí han vivido una historia vertiginosa en las últimas décadas.
Apenas tres años después de su primer contacto con el “hombre blanco” en 1969, casi llegan a la extinción: la población de 5.000 personas se redujo a solo 300 por la mortandad que causaron las enfermedades traídas por los invasores. Hoy son unos 1.350 y están determinados a perdurar.
El negocio al que aspiran es parte del Proyecto de Carbono del Bosque Suruí, aprobado en abril, que prevé mecanismos para neutralizar las emisiones de dióxido de carbono. Evitarán la deforestación manteniendo oxígeno en la masa forestal o generarán más mediante la reforestación.
En los próximos 30 años, la cantidad que el pueblo suruí acumulará por deforestación evitada será de ocho millones de toneladas de dióxido de carbono. Y así se les pagará a los indígenas por no deforestar.
Las estimaciones indican que pueden recaudar $us 40 millones a la cotización actual del mercado, de $us 5 por tonelada de carbono. Las empresas que contaminan compran esos certificados para “pagar” su polución.
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