lunes, 13 de agosto de 2012

Los kallawayas cumplen en agosto con el rito de la mesa blanca, una forma de comunicarse con la tierra para decirle que se le agradecen sus dones



Los pobladores andinos tienen muy arraigada la costumbre de rememorar que la tierra posee vida y nos brinda generosamente lo mejor de ella. A cambio, a lo largo de agosto, grupos organizados de individuos realizan ofrendas de agradecimiento en diversos espacios ceremoniales y a través de quienes se comunican con la Madre Tierra: los kallawayas. Es un gesto intenso de toma de conciencia de los beneficios que ésta ha prodigado.

Los humanos proporcionan al cosmos y la tierra ofrendas, respeto y veneración; a cambio ésta les ofrece protección, alimento y riqueza. Es un acto ininterrumpido de reciprocidad anual.

Las familias kallawayas hacen celebrar una curación de agosto, aun cuando ningún miembro de la familia esté enfermo y, por el contrario, goce de bienestar.

Esa curación responde a una ofrenda blanca que, en general, está compuesta por nidos de alba lana de alpaca o llama, secundados por nidos de algodón natural sin semilla, con los cuales se forman recipientes denominados “platos”. En medio de éstos se colocan porciones de sebo de llama, k’ua (arbusto aromático andino) y claveles. También hojas de coca. Todo regado por incienso y luego copal. Se ubica un huevo criollo y una nuez en medio de la ofrenda.

También se utilizan las figurillas de plomo (chiwchi recado) y otras de azúcar (illas), arroz, confites, clavo y canela. Finalmente, un feto de llama será cargado de energía con sebo que también sirve para adherirle al esqueleto láminas finas de papel metálico: libro de plata y libro de oro.

Se arma, entonces, una ofrenda muy simple con elementos vegetales y animales de la región. Su importancia es la intención, la humildad y la devoción con que se procede y no la magnificencia, como mal se cree.

Una vez establecida la mesa se procede a la libación del kallawaya (ch’alla). Él toma un clavel que remoja en vino, alcohol puro o cerveza. Este momento, así como cuando se depositan las hojas de coca, es el propicio para orar. El kallawaya, como intermediario, toma la palabra y luego los oferentes realizan plegarias y expresan intenciones.

Parte fundamental de la formación kallawaya tiene que ver con los lugares, los referentes. El Cabildo es el sitio central de las ofrendas, el que está en las viviendas y en los pueblos, muchas veces señalado por sus características físicas especiales. En La Paz, esa cualidad se halla en cerros o miradores como Laikakota y Killi Killi.

La apacheta es la parte más alta que separa a dos pueblos distintos. La Cumbre Apacheta es paradigmática y divide el trópico de Yungas de la parte alta del altiplano.

La oración kallawaya es un elemento clave compuesto por un entramado de frases que evocan intenciones, seres poderosos, ancestrales y santos cristianos que han acompañado el devenir histórico de los humanos, y lugares sagrados con riquezas en sus entrañas. El Tata Illimani, el Tata Inti y Ankari, entre otros, son evocados. Se inicia solicitando, con humildad, licencia a los Cabildos y espíritus mayores. Se pide perdón a la Madre Tierra por el mal uso de sus recursos, la explotación desmedida y la destrucción de la naturaleza. Se pide paz y armonía. Se invoca a las deidades de la zona, los antiguos Cabildos. Se enfatiza en las intenciones. Éstas pueden ser de salud para el oferente, pero también de bienestar para la colectividad.

La mesa es colocada en un brasero con leña de queñua o carbón allí donde será quemada: Cabildo o Apacheta. Mientras arde y su fuerte fragancia se expande, los oferentes acullican coca o liban. El kallawaya controla y observa las flamas de la leña que se quema. Fija su mirada en el humo y escucha el ruido que se desprende de esa masa de elementos. El experto diagnostica y lee el curso de la ofrenda y puede enunciar augurios. Interrumpe su trabajo. Busca un pequeño brasero de barro donde coloca un poco de las brasas esparciéndoles incienso. El propósito es ahuyentar todas las energías negativas de los oferentes y propiciar que el rito sea en buena hora. Los participantes se abrazan seguros de las energías positivas que reinan una vez cumplida la ofrenda de agosto.

El momento de la ch’alla y la oración

El kallawaya toma un clavel que remoja en vino, alcohol puro o cerveza y esparce el líquido por el aire. Este momento, así como cuando se depositan las hojas de coca en la mesa, es el propicio para orar bajo su conducción.

Una mesa blanca

Detalle de una ofrenda blanca, con platitos donde sobresalen las figurillas de azúcar de color rosa fuerte (pasterios) colocados por el oferente. Hay también mesas blancas construidas sobre conchas marinas (mullu), de gran valor ritual desde tiempos prehispánicos, pues eran muy solicitadas por los andinos, hasta el punto de usarlas como moneda.

Todo un legado a salvo

Los kallawayas son preparados desde niños en el seno de los linajes y esco-gidos por sus dotes para realizar la comu- nicación entre humanos y naturaleza.

El niño debe aprender a manipular el bracero para leer el humo y escuchar el ruido de los pedazos de carbón elegidos para la interpretación del destino de la ofrenda, entre otros varios gestos, lugares y significados.

La preparación de las mujeres

Un grupo de mujeres kallawayas de la provincia Bautista Saavedra (extremo oeste de La Paz) en plena preparación de la mesa de agosto, de manera independiente de la que van armando los varones. Su actividad es clave y complementaria de la de sus compañeros. Este ritual es el momento preciso para aprender a manipular la coca en términos ceremoniales

Las mesas se unen

Si bien las mujeres y los hombres preparan sus ofrendas de forma separada, en el curso de la ceremonia se van a unir para que se conviertan en una sola. Las fotos han sido tomadas en el cerro Cusichaman, Cabildo de los kallawayas de Curva, provincia Bautista Saavedra.



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