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domingo, 15 de septiembre de 2013

Liliana De la Quintana revela el drama de una comunidad guaraní

"Tejedoras de estrellas", dedicado al jesuita Luis Espinal, "por su luz permanente", es un pequeño libro pensado y escrito para los pequeños lectores, con el único propósito de transportarlos a través de las imágenes y palabras al territorio de los guaraníes, ubicado en el Chaco, al sudeste de Bolivia.

Se trata de un pueblo que, desde su pasado precolombino, soportó la invasión de los Incas, las matanzas ejecutadas por los conquistadores ibéricos, la desidia de los gobiernos de la República y la presencia de diferentes órdenes religiosas, cuyo principal objetivo consistía en catequizar y colonizar, con la ayuda de los expedicionarios.

El relato se inicia con la arremetida violenta de los capataces que, a galopes de caballo y portando armas de fuego, siembran el pánico y la muerte entre los pobladores de la hacienda "El Porvenir", por instrucciones del patrón, quien, en su condición de colonizador "karai" (blanco), estaba acostumbrado a imponer su dominación con mano dura.

En la masacre cae el abuelo de Isora, la protagonista principal del relato, mientras los sobrevivientes huyen en estampida hacia los bosques, en procura de poner a salvo sus vidas. Está claro que el abuelo de Isora, además de haber sido un personaje querido entre los suyos, era el guía espiritual de su comunidad y el portador de la sabiduría popular, que él transmitía a través de la tradición oral.

En la hacienda, mientras los hombres se dedicaban a labrar la tierra de sol a sol, las mujeres cumplían su rol de esclavas domésticas en la casa del patrón, quien abusaba de ellas sin ninguna contemplación.

Es aquí donde aparece, como en todo relato concebido con la fuerza de la imaginación, la abuela de Isora, para seguir contando todo cuanto conservaba en la memoria. Así es como los niños y las niñas, por medio del poder de la palabra y la voz de la anciana, se remontan a los tiempos en que los guaraníes vivían felices y en armonía con la naturaleza, hasta que llegaron los colonizadores, dispuestos a sojuzgarlos con sus creencias y leyes, sin importarles que los habitantes del Chaco tenían sus propias normas y valores desde tiempos inmemoriales, así como tenían a sus deidades tutelares de los bosques, campos, cerros, arroyos, árboles y otros, a quienes les trataban con respeto y veneración, considerando que a ellos se debía la naturaleza, como el bien y el mal que encarnaban los humanos.

Según el relato, las estrellas tejidas por la abuela de Isora, con hilos de algodón, presentaban el dolor de una comunidad sometida al despotismo de los hombres que, llegados desde tierras lejanas, les hablaban en un idioma desconocido, ávidos de riquezas y ganas de adjudicarle sus bienes a sangre y fuego. No obstante, estas mismas estrellas, que nacían en las maderas del telar, contenían también relatos fantásticos de los tiempos en que las deidades, como el "Ñandú-tumpa" (avestruz divinizado), protegían a sus criaturas desde la constelación celeste, donde "viven todos los animales eternos".

Isora, que está en el umbral de la pubertad, aprende los valores más profundos de su comunidad en el núcleo familiar, donde los ancianos son los encargados de transmitir, mediante los cuentos, mitos y leyendas, los sabios conocimientos de un pueblo que se resiste a perecer en el olvido. Y, lo que es más importante, los conocimientos se transmiten en idioma guaraní, considerando que la lengua de origen es el principal vehículo de expresión y compresión para el funcionamiento y cumplimiento de las reglas y hábitos expresados en el lenguaje oral.

Isora se da cuenta que las enseñanzas de su abuela son más coherentes con la realidad de los guaraníes que las enseñanzas impartidas por su maestra en la escuela, donde las lecciones se dictan en español y se trata a los nativos que se oponen a la colonización de "rebeldes" y "salvajes".

En este punto, está claro que el relato hace hincapié en el mensaje de que la escuela oficial no sólo tergiversa la historia, sino que es alienante y está al servicio de los poderes de dominación, porque difunde la idea de que los blancos son los buenos y los indígenas son los malos; una dicotomía que no ha permitido, durante varios siglos de colonización, la integración real de las diversas culturas que ocupan el territorio nacional.

La madre de Isora, que habita en una cabaña junto a otras mujeres que prestan sus servicios en la casa del patrón, se ve sorprendida una noche por la repentina presencia de la niña, quien le revela que tiene un plan para liberarlas de su condición de esclavas domésticas. El plan consistía en repartirles hilos de algodón para que tejieran sus propias historias como lo hacía su abuela.

Las mujeres empiezan a tejer, en las noches de luna llena y cielo estrellado, animales, plantas, ríos, cerros y todo lo concerniente a su entorno cultural, no sólo para dejar un legado a las futuras generaciones, sino también porque en sus corazones anida la historia y en sus manos se encuentra el camino de la libertad.

Las "Tejedoras de estrellas", a través de los tejidos, empiezan a hilvanar el pasado y el presente de los guaraníes, con los recursos de la memoria colectiva, ya que los tejidos, como manifiesta la autora del relato, son como los libros abiertos donde se leen historias de vida.

Este pequeño libro, escrito con un lenguaje llano y conocimiento de causa, es un buen ejemplo de que las historias de los pueblos originarios, que hoy forman parte del Estado plurinacional de Bolivia, pueden trocarse en magníficos materiales literarios. Liliana de La Quintana, conocedora de la realidad viva de las culturas ancestrales, nos ofrece un relato de reflexión, a tiempo de acercarnos a la realidad y magia de la cultura guaraní, cuyo modus vivendi no siempre se contempla en los libros de historia destinados a los escolares.

Por otro lado, la primera menstruación de Isora, que es un periodo de transición entre la niñez y la adolescencia, nos permite conocer las tradiciones y los ritos de las mujeres guaraníes, quienes proceden a cortar el cabello de Isora, con la creencia de que luego le crecerá otro como la hierba fresca y con más vitalidad. Asimismo, a través de este ritual practicado por las abuelas y mujeres mayores, la púber tiene derecho a conocer todo lo que hasta entonces le estaba vedado en el seno de su comunidad, como ser las nuevas formas de relacionarse con su entorno social y familiar; es más, su primera menstruación se celebra con una "arete" (fiesta), donde participa la comunidad entre palabras de bienaventuranza y músicos que avivan la alegría.

Las "Tejedoras de estrellas", como es natural, siguen con su labor por las noches, convencidas de que los tejidos no sólo son hermosas prendas por su forma y colorido, sino que también representan el sueño de la libertad y registran historias que debían permanecer vivas.

Un día estos tejidos, bien doblados y cuidados, salen en manos de un joven guaraní, quien los vende fuera de la hacienda "El Porvenir".

Con el dinero reunido, los pobladores tienen pensado recuperar su libertad y las tierras que les fueron adjudicadas a sus antepasados. Saben que el mayor interés del patrón y sus capataces es el dinero, así que no dudan en entregarle lo necesario a cambio de recuperar las tierras, con las esperanzas de volver a vivir con dignidad y en armonía con la naturaleza.

Otro detalle interesante del relato es el hecho de que Isora, que pasa varios días encerrada en la cabaña de su abuela, combinando el oficio de tejedora con la escritura; una inquietud que la lleva a narrar sus experiencias vividas en un cuaderno, y que más tarde, aparte de sorprender a su maestra y sus compañeros de curso, la convierte en una excelente narradora de las tradiciones ancestrales de su tierra y su gente.

El pequeño libro de Liliana De la Quintana, acompañado por las finas y acertadas ilustraciones de Miguel Burgoa Valdivia, respira un aire de justicia y enseña que uno de los ideales más nobles al que deben aspirar los humanos es la libertad, indistintamente de su condición de raza, sexo, idioma, nacionalidad y cultura. No en vano este relato ganó en 1996 el premio único al guión literario en el V Festival Internacional de Pueblos Indígenas.



Datos sobre la autora

Liliana De la Quinta nació en Sucre, el 28 de agosto de 1959. Comunicadora, videasta, guionista y escritora de literatura infantil. Licenciada en Ciencias de la Comunicación (Universidad Católica Boliviana), Diplomado Superior en Estudios Andinos (Flacso), Diplomado en Derechos de los Pueblos Indígenas (Universidad Cordillera), Diplomado en Crítica de Arte Contemporáneo (Universidad Santo Tomas de Aquino), Diplomado en Museología (Universidad Mayor de San Andrés) y Gestión Cultural (Unión Latina).

Es cofundadora de Producciones Nicobis, donde trabaja desde hace 33 años como Directora de Proyectos, en la producción de videos documentales sobre pueblos indígenas, animaciones y videos de ficción. También fue organizadora de Festivales y muestras de videos dirigidos por mujeres y Muestras de video para niños en Latinoamérica con la maleta del Prix Jeunesse. Se hizo merecedora de 12 premios en video, en Bolivia, y de 19 premios en festivales internacionales. Cabe también mencionar que fue organizadora de Semillas de la Cultura, encuentro de niños y niñas artistas de los pueblos indígenas de Bolivia, fundadora y directora del Festival Internacional del audiovisual para la niñez y adolescencia Kolibri, desde 2006. Consultora especializada en el tema de derechos de los niños indígenas, con la producción de dos libros en coordinación con Unicef y la Reforma Educativa.

Es autora de más de una veintena de libros infantiles sobre mitología indígena, identidad cultural, cine, video, desastres naturales y otros. Su libro "La abuela grillo" (2004) fue seleccionado en la Lista del Honor del IBBY Internacional (Ciudad del Cabo, Sudáfrica). Obtuvo cuatro premios como escritora de Literatura Infantil. Es miembro del IBBY/Bolivia y co-fundadora, en 2006, de la Academia Boliviana de Literatura Infantil y Juvenil, institución de la que es su actual presidenta.

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