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domingo, 22 de junio de 2014

Pachayatiris: El entorno les da la predicción a los meteorólogos del área rural

Las nubes que acompañan al sol al amanecer pueden embellecer una fotografía; el canto de un pájaro es un sonido relajante y el viento, simplemente, resulta molestoso. Eso, para un citadino que visita el campo. Sin embargo, para los que viven en él y, sobre todo, para quienes su economía se basa en la producción agrícola, casi cada cosa que sucede es una señal para predecir el tiempo, pero no las condiciones atmosféricas de mañana ni de los días siguientes, sino las que habrá en la época más importante: la de la siembra y de la cosecha.

Nieves Paraya lleva en la mano izquierda un pequeño hatillo de tonos café que contrastan con el alegre celeste del raso de su pollera, su chompa blanca de punto y su alegre aguayo sobre la espalda. Ese tejido que usa a modo de bolso es su tari, que recibió cuando fue nombrada oficialmente pachayatiri, aquella o aquel “que sabe del tiempo, que ve el tiempo”, define en aymara Ramón Machicado, quien también tiene este cargo. Junto con Willy Iriarte, los tres explican, sentados en un banco cubierto del sol por un techo de paja en la comunidad de Catacora, cuál es su trabajo.

El tari se lo dieron para que ahí guarde la coca. Nieves lo despliega: hoy, además de la bolsita de plástico con la hoja sagrada, lleva una pequeña papa. La muestra: le falta una parte que, parece, la hubieran arrancado de un mordisco. “Ha sido el ratón”. La forma en que el pequeño roedor ha mordisqueado el tubérculo indica que la siembra se va a adelantar, asegura la mujer. Éste es uno de los bioindicadores que ella analiza. Ramón escucha al zorro y Willy observa al sapo, a las crías del lagarto y al leke leke. En la zona hay otros 11 pachayatiris. Cada uno se encarga de mirar las diferentes señales que deja ver la Pachamama para quienes saben descifrarlas y, así, prever cómo será el año agrícola.

Tradición en riesgo

Antes, toda la gente del campo se fijaba en estas señales, coinciden los tres. Y no había un nombre específico para ellos. Como muchos, amauta para las personas que, además de conocer los bioindicadores, tienen la capacidad de ahuyentar los fenómenos meteorológicos dañinos para los cultivos o atraer la buena suerte para el año. Suelen tener una señal: un lunar, una línea en el cuero cabelludo, verrugas en el pabellón de la oreja, labio leporino, seis dedos en una mano, muñones... O haber llegado al mundo con los pies por delante, ser “elegido” por el rayo, nacer en un mes en particular (que los pachayatiris saben cuál es) o que los hijos sean ispas (mellizos, pero solo si son dos mujeres o mujer y varón).

Ramón, con poncho rojo, sombrero negro, bolso de colores con espejos redondos colgando del cuello, ojos sonrientes y sonrisa enverdecida por el constante acullico, es uno de los líderes de “los que saben ver el tiempo”. Al preguntarle cuál es su marca dice que tiene “colita”, y ríe junto a sus compañeros: en su rabadilla tiene un bulto. Un “rayista” oficializó su cargo en Guaqui, uno de los lugares donde los señalados son investidos pachayatiris. Y eso que Ramón fue ferviente cristiano. Hasta que, cuenta, volvió a su camino.

Asegura que él puede (porque ya lo ha hecho) ahuyentar una granizada que se acerca a las tierras de la comunidad anunciando su llegada con un sonido que el pachayatiri imita. Con su botella de alcohol en mano le grita: “Chancho, chancho, vete a otro lado”.

“Yo no tengo ninguna de esas señales, pero sí conozco el significado de los bioindicadores porque mi abuelo me ha enseñado”, interviene Nieves. Y por eso no necesita tener lunares, verrugas, colitas ni haber nacido con los pies por delante. Eso es solo para los que tienen que defender la tierra, como Ramón: han de tener poderes para espantar a heladas y granizadas, lo cual pueden lograr “simplemente con un soplido”, asegura el líder. Aunque ella afirma que también espanta a los fenómenos climatológicos que no les convienen. “Andate al lago, nosotros somos tus nietos huérfanos”, le grita al viento mientras arroja agua bendita.

Conocer qué significa la forma en que el leke leke hace su nido, que las nubes se coloquen sobre el Sajama o el Illimani o el comportamiento del toro durante la corrida, es algo que se aprende desde la niñez. Willy, como Nieves, tampoco tiene ninguna marca, pero conoce bien lo que el entorno le dice.

Lleva poncho rojo de un modelo diferente al de su compañero del que salen las mangas de una chamarra de cuero negra, y un sombrero marrón. Una escasa barba blanca y corta bordea su rostro. Él introduce otro indicador del que no han hablado sus compañeros: los sueños, pues también ayudan a predecir el tiempo. Si en las imágenes que se ven mientras se duerme aparecen caballos, la granizada va a visitar el lugar. Lo que vendrá será una tormenta eléctrica si se sueña con un avión. Si en el sueño aparecen mujeres jóvenes, la producción agrícola será buena. No obstante, si alguien se las lleva, es porque un yatiri de otro lugar está dirigiendo la suerte hacia su tierra.

Hay bioindicadores para observar casi todo el año. Los más importantes son las nubes, el zorro y las estrellas.

Las nubes suelen indicar cómo serán las lluvias. Hay que observarlas cuando llega una fiesta. Si al amanecer del 21 de junio, Año Nuevo Aymara, acompañan la salida del sol, están anunciando un año muy húmedo. Si además hay niebla sobre el lago Titicaca, la producción será buena (y al contrario, si no la hay). Para observar este indicador, los pachayatiris madrugan y suben a un cerro próximo. Y lo mismo sucede con los astros: “A veces no dormimos bien para ver las estrellas salir”, cuenta Willy. Como durante el mes de junio, en el que salen a mirar el cielo entre las cinco y las seis de la mañana para fijarse en el resplandor de los cuerpos celestes: si su brillo es menor del habitual, se cosechará menos que de costumbre.

Desde el 21 del mismo mes, los pachayatiris se fijan en la posición del sol para ver cómo va avanzando cada día. “El año pasado se mantenía. Casi un mes ha tardado”, recuerda Willy. Y eso significa que llegarán sequías o inundaciones. En cambio, si se traslada rápido, el tiempo será favorable para los agricultores.

El liquiliqi es un pájaro de la zona que, si pone los huevos en un lugar hondo, indica que el año será seco. En cambio, será lluvioso si pone su nido en un lugar elevado. Los propios huevos también dan pistas. La cáscara tiene pequeñas manchas. Si son claras, como escarchadas, habrá heladas. Si los pone en agosto y tienen un color verduzco, las lluvias se adelantarán. Si lo hace en septiembre y salen blancuzcos, va a escasear el agua.

El que no le falla a Willy a la hora de predecir cómo será la época de lluvias es el p'iskilo, otro ave. Si la entrada de su nido está orientada al sur, las precipitaciones serán nocturnas; si la pone hacia el Sajama, habrá riesgo de helada; mirando al Titicaca augura buena producción y, hacia el este, buen año agrícola en general. Además, el p’iskilo es más específico y hace varios montones de piedra: uno indica cómo saldrá la papa; otro, los forrajes, etc.

El kurmi o arcoíris no solo embellece el paisaje: cuando sus colores están brillantes, quiere decir que todavía continuarán las lluvias. Sucederá al contrario si se ve deslucido, y también si aparece a poca altura. Si luce en lo alto, seguirá lloviendo.

Incluso las piedras pueden predecir cómo será la época de lluvias, pero solo las planas en la mañana del 1 de agosto: ese día, los pachayatiris salen de sus casas y levantan una de estas piedras. Si la parte en contacto con la tierra está húmeda, será un buen año de lluvias.

Willy también se fija en las crías de los lagartos, pues, si tiene la cola medio partida, la producción no será tan buena como los agricultores quisieran, y en el desove de los sapos: si atrasan o adelantan la puesta de huevos, habrá que hacer lo mismo con el arranque de la cosecha.

Hay otras señales que indican cuándo será la siembra. Como, de nuevo, las nubes. Si el 16 de julio hay neblina y nubes, ya se puede plantar el haba. Si no, va a llegar la helada y hay que esperar un tiempo.

En general hay que fijarse en las nubes alrededor de cada fiesta. Si salen antes del día señalado, hay que adelantar la siembra unos días. Si no aparecen hasta pasada la festividad, se debe atrasar. Y, si coincide, lo recomendable es mantener el comienzo en el día acostumbrando, que varía entre mediados y finales de octubre, dependiendo de la altura en la que se encuentra el terreno. Pero hay que tener en cuenta que, si el 1 de agosto cae lunes o martes, y el día en que comienza la época de siembra, tampoco se puede hacer ese día. E, importante, no se debe llevar a cabo si la luna está en fase nueva, ya que da plantas frondosas, pero papas pequeñas. Lo ideal es hacerlo en cuarto creciente.

Hay un bioindicador que no se refiere solo al comportamiento del tiempo: los remolinos típicos que se pasean por las planicies altiplánicas. Cuando van en dirección a la izquierda, será un buen año en el campo. Pero si va hacia la derecha, puede generarse conflictos sociales.

Willy asegura que los pachayatiris de Batallas acertaron el pronóstico de 2013. Gracias a la ONG Care Internacional, ahora están más organizados, hasta el punto que se reúnen para poner en común sus predicciones. En cambio, antes solo las comentaban en el círculo de amigos. Actualmente, incluso las difunden por radio y las cruzan con los datos de las estaciones meteorológicas que la ONG ha colocado en el municipio.

Y la pregunta del millón: ¿cuál es el pronóstico para 2014? Nieves vuelve a mostrar la papa mordida y augura que la época de siembra será del 20 de octubre al 15 de noviembre. Willy dice que el 15 de febrero será Carnaval y que, al caer muy pronto, hay que adelantar la siembra porque las lluvias no durarán, pronostica. Y Ramón coincide con ellos.

Es más: Willy indica que este año puede granizar porque es el año del caballo, pues él también maneja el calendario chino. Muy serios, sostienen que ellos no fallan.

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