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martes, 7 de diciembre de 2010

A diario se renuevan creencias y ritos en la Waraq’o Apacheta

Mesas: Es uno de los sitios altos, elegidos para las ceremonias ancestrales. Allí, las familias van a pedir suerte a los dioses andinos.

Dotados del conocimiento ancestral que heredaron de sus antepasados, brujos, yatiris, amautas, kallawayas o sacerdotes andinos instalan a diario sus “consultorios” en la Apacheta de El Alto, sobre la carretera a Oruro, dos kilómetros antes de la tranca de Achica Arriba.

Turistas, familias y empresarios, sin distinción de clase social, visitan este lugar a diario para que los amautas descifren su suerte, ya sea en naipes, alcohol o en hojas de coca. El lugar, conocido como Waraq’o Apacheta, que significa lugar sobresaliente o elevado, acoge a gran cantidad de creyentes del “Tío”, el dios o achachila, según los yatiris del lugar.

Eugenio Condori, un yatiri-amauta, menciona que el Tío es un ser divino al que se debe ofrendar “mesas” que contienen varios elementos rituales y simbólicos, como incienso, copal (mineral), lanas de diferentes colores, sebo de llama, pan de plata y oro, y hierbas aromáticas como la q’oa.

Un sullu (feto) de llama u oveja corona los elementos que son sostenidos por una hoja de papel sábana y encima se ponen dulces que representan el deseo que quiere cada persona, por eso tienen forma de casas, autos y dinero; otros representan trabajo, buena salud o negocio.

Condori explica que, además de las ofrendas, entre los pedidos comunes de la gente están las limpias espirituales, para librar a las personas de maldiciones que les hayan llegado o, en ocasiones, se hacen amarres a la pareja, que habitualmente piden los enamorados.

Este lugar, como el resto de las apachetas que se conservan a lo largo del territorio nacional, especialmente en cerros, se visitan más en agosto, según los sacerdotes aymaras. Ese mes es el periodo del lakan paxi (mes de la boca), cuando, se dice, la Pachamama (Madre Tierra) abre su boca para recibir las ofrendas de los seres humanos, en especial de los que viven en el campo.

Sergio Velásquez, amauta aymara, dice que agosto es el mes propicio para q'oachar (sahumar) y otorgar ofrendas como agradecimiento por los favores recibidos de la Pachamama y pedir que sea amable para tener trabajo y aumentar la producción en el campo.

“En ese mes realizamos la wilancha (sacrificio de animales), ofrendamos una llama para que la Madre Tierra coma”. Agrega que, al otorgar la ofrenda, se invoca también a los achachilas o dioses que moran en los nevados del Illimani, Mururata, Huayna Potosí y Sajama.

Gran parte del día, los yatiris esperan a sus clientes en los “consultorios”, enfundados en sus ponchos y lluchus.

De pronto llega Exaver Chuca, un padre de familia que visita la apacheta todos los años, en especial en agosto. Dice que a este lugar sólo deben ir las personas que tienen fe y creen en los achachilas para que les den suerte y fortuna.

Está con toda su familia, puesto que inauguraron un negocio en la Ceja de El Alto, “abrimos una pensión y por eso venimos para que los dioses nos bendigan y no fracasemos”.

Se acercan al yatiri llamado Eusebio Mamani, quien también es curandero familiar. Primero él lee la suerte en la hoja de coca por veinte bolivianos: “Su suerte está un poco mal, debemos dar una mesa a la Pachamama para que acepte el negocio”, sentencia.

Exaver consulta con su familia y pregunta al amauta: ¿Cuánto cuesta la mesa? Éste responde: Hay de diferentes precios de acuerdo con el tamaño y deseo. “Hay desde 25 a 200 bolivianos y lo aconsejable para esta oportunidad, como es para negocio, es la mesa de 70”.

Exaver se anima a realizar el ritual, por lo que compra la mesa que se vende en el mismo lugar, al igual que una caja de cerveza, un litro de alcohol y vino tinto que, según el amauta, es para que la Pachamama beba. Eusebio se encarga de que en la mesa no falte nada y, una vez que está debidamente organizada, la familia Chuca y el yatiri salen de la caseta.

Se enciende una fogata con leña, el sacerdote aymara coloca cuatro botellas de cerveza, una en cada esquina, que representan las estaciones del año. Eleva las oraciones que se han mantenido por miles de años.

La mesa es incinerada en la fogata, avivada por alcohol y vino. El color de las cenizas de la leña y la ofrenda permiten leer si la Pachamama aceptó la ofrenda o no. “Hay que esperar que el fuego consuma la ofrenda —dice Eusebio— hasta ver el color de la zarza. Si adquiere un color negro, es señal de mala suerte; si es blanco, es de buen augurio”.

Una vez consumida la ofrenda, se agradece al maestro yatiri por el buen trabajo que realizó y se procede al pago correspondiente. Su ganancia es de 150 bolivianos por todo el trabajo.

Los alteños, que en su mayoría son inmigrantes del campo, acostumbran brindar las ofrendas en sus domicilios. Otros acuden a las apachetas donde los yatiris invocan a los dioses del mundo andino.

Sin embargo, en los últimos años se ha visto que no sólo los descendientes de los aymaras dan su ofrenda a la Pachamama, sino que llegan extranjeros a participar en la ceremonia y recurren para ello a los amautas o sacerdotes andinos, como un atractivo más de esta tierra boliviana.


Freddy Choque

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