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lunes, 2 de enero de 2017

La cultura Tapiete, tesoro en riesgo de desaparecer



Los 36 pueblos originarios e indígenas de Bolivia están organizados en tres grandes regiones, la Amazónica, el Chaco y los Andes. Dentro de la región del Chaco, se encuentra uno de los pueblos con menor cantidad de habitantes, pues apenas bordean los 100.

Se trata de los Tapietes, una de las tres etnias que habita las tierras tarijeñas.
Para el antropólogo Wigberto Rivero Pinto, esa diversidad de pueblos y visiones es el mayor tesoro de Bolivia. Puesto que “cada uno de los pueblos indígenas que habita el territorio nacional es depositario de un conjunto de valores que se manifiestan en formas propias de ver el mundo: la naturaleza de organizarse, de generar arte, de producir, de vivir y sentir”.
Sin embargo, y dadas las circunstancias, algunos de estos pueblos atraviesan momentos difíciles y su subsistencia es dura. Ése es el caso del pueblo Tapiete que se encuentra ubicado a más de 150 kilómetros de distancia de Villa Montes, puntualmente a tres horas de viaje de la segunda sección de la provincia Gran Chaco.
Empero, la lejanía, el difícil acceso al lugar o los pocos recursos públicos que llegan al sitio no son todos los problemas que afrontan, ya que el mantener su cultura y tradición es una de las dificultades más grandes que tienen.
“Se perdió música, canto, danza, instrumentos típicos”, dice Reynaldo Balderas quien es el coordinador del Instituto de Lenguas y Cultura del pueblo Tapiete. Pero a eso, añade que cerca de un 30 por ciento de los niños que viven en el pueblo están dejando atrás su lengua materna, debido a que los jóvenes de ahora se juntan o contraen matrimonio con mujeres weenhayeks o de la ciudad y la lengua de ellas predomina en sus hijos.
Justamente por este motivo y de acuerdo a lo que dice la Ley de Educación Avelino Siñani en su artículo 88, donde instruye la creación del Instituto Plurinacional de Lenguas y Culturas, se creó el instituto de lenguas y culturas para esta etnia.
“El instituto está funcionando oficialmente desde el año pasado. El fin que tenemos en primer lugar es investigar toda cuestión en cuanto a la cultura y a la lengua Tapiete se refiere. Esa investigación debemos llevarla a una normatización de la lengua y posterior a esto, a empezar a desarrollarla. Segundo debemos rescatar todo lo que se perdió del pueblo en cuanto a la cultura y la lengua”, añade.
Lo perdido
Cuando se habla de lo perdido lo primero que recuerda Reynaldo es la música autóctona que tenían y a la que se la conocía como Yojojo o Jeya Jeya. Esta música no tenía letra pero sí un ritmo para bailarlo. Era algo que se practicaba desde las 4 de la tarde aproximadamente de una forma en que la que todos se abrazaban e intercalaban entre hombres y mujeres.
“Era un canto y una danza que se lo practicaba todos los días en horas de la tarde. Tenemos muy pocas referencias pero mínimamente se sabe que era por agradecimiento a los Iillas o Illaré que son los dueños de las cosas, de la naturaleza”, relata.
Pero mientras aquello se practicaba, cuando se acercaban las diez de la noche, se cambiaba a otro tono de canto, que según el relato de los abuelos, era para cortejar o enamorar a una chica.
Así, mientras danzaban o cantaban y si algún joven quería cortejar a una chica, había un momento específico en donde el muchacho debía ir a invitar a la chica a salir de la ronda para conversar en algún lugar alejado. Esa era la forma en que empezaban las relaciones. “No sabemos qué pasaba si la chica aceptaba o no aceptaba, o que pasaba después con el ritual”, dice.
También existía la música con tamborita, flauta o quena, que se tocaban en tiempos de la cosecha, de madurez de los frutos del campo y que originaron el conocido Arte Guasu, que para ellos no era el Carnaval, sino la fiesta del florecimiento de los árboles, o la madurez de los frutos del campo.
A eso, se suma también la pérdida de sus instrumentos típicos como el Pim Pim, que es una tamborita pequeña hecha con parche de cuero de conejo y que se la toca con la mano. De la misma manera estaba el arco musical Tapiete, que en realidad era un arco con cuerda hecha de cola de caballo.
Otro instrumento que se tocada en aquella etnia era la baraca, una especie de matraca fabricada con un mate con el cuello largo, que tras sacarle las semillas y ponerle piedrillas adentro, emitía un sonido agradable.
Después tenían también a la trompa, otro instrumento que no se sabe exactamente si era propio del pueblo, pues también lo tocaban los weenhayek. Pero era un instrumento miniatura hecho con metal, que para poder escucharlo era necesario poner los labios en un pequeño orificio y tocar la pequeña cuerda. De la misma manera tenían la quena (Mimbuy) y tambora (Anguami). Ninguno de esos instrumentos o rituales se practican ahora.
De esa manera Reynaldo cuenta que mantener y recuperar la cultura Tapiete se pone cuesta arriba puesto que los ancianos, que son quienes podían transmitir sus vivencias y conocimientos, están desapareciendo.
Al momento sólo quedan cinco, y por ello, investigar su cultura se hace difícil. A ello se suma la falta de motivación y deseos de mantener su cultura y tradición en los jóvenes indígenas, quienes al no tener condiciones de vida adecuadas en su pueblo, salen del lugar y dejan atrás sus raíces.

El origen del olvido
En 1950 llegaron los misioneros suecos evangélicos a la zona del Chaco adentro, lugar que habitaban los Tapietes. Antes de la guerra del Chaco ellos (hombres y mujeres) usaban taparrabos y vivían de la caza, pesca, de la producción de alimentos y lo que les daba el campo.
Con la Guerra del Chaco comenzaron a dispersarse, salieron corriendo, huyendo, algunos se fueron para el lado de Argentina, otros hacia Paraguay, y los pocos que se quedaron se escondían del conflicto. Como en el campo quedaban los soldados paraguayos muertos, ellos se aprovechaban de sus vestimentas y así fue como el tapiete conoció el pantalón y la camisa.
Cuando pasó la Guerra del Chaco y quisieron volver a su territorio ancestral, se encontraron con que otra gente ocupaban sus tierras, que antes se expandían desde Isoso (santa Cruz) hasta la frontera con Argentina. Se trataba de un territorio basto.
Los que llegaron a asentarse en sus tierras eran personas ganaderas que habían ido en busca del ganado de un extranjero que había fallecido y dejado todos sus animales a su suerte. Entonces, todo el territorio originario estaba ocupado y cuando los indígenas volvían a sus terrenos tras el conflicto bélico y se encontraron con ese panorama, por lo que no les quedó más que someterse a ellos.
Los que se asentaron ahí se consideraban dueños de todo el ganado que había dejado el extranjero, y como los indígenas mataban a aquellos animales para poder sobrevivir, los “ganaderos” tildaban a los tapietes de ser gente dañina, mala, ladrona, y por eso querían exterminarlos.
Justo cuando se estaba por proceder a realizar aquella macabra tarea, llegaron los misioneros suecos al Chaco, entre ellos un señor de nombre Rudolf Olson, quien al enterarse del plan habló con los ganaderos y autoridades de Villa Montes para evitar que se cometa alguna masacre, a cambio de que él dialogue con los tapietes y los pueda convertir. Intermedió por los indígenas.
Al escuchar las autoridades aquella promesa, no lo pensaron dos veces y le dejaron aquella tarea. Olson emprendió camino rumbo al pueblo chaqueño de Samuyhuate junto a su mujer y algunos guías. Pudo acercarse a los tapietes debido a que en la zona vivía un ganadero de origen Guaraní, quien además de hablar su idioma, hablaba el lenguaje de los tapietes y también el castellano, por lo que terminó siendo el interlocutor de los indígenas con el misionero sueco.
“Ahí comienza el tiempo en que los tapietes comenzaron a descuidar su cultura y costumbres de música y canto. Porque el mismo misionero los reunía todas las tardes para leer la biblia, les enseñaba otras canciones y otras cosas que no eran propias del pueblo indígena. Les decía que su música, cantos y cultura eran paganas.
Pero fue en el año 1978 que el cristianismo entró con más fuerza. De hecho, fue el año en que todos los tapietes que vivían en la zona dejaron su riqueza cultural y comenzaron a practicar la cultura del cristianismo. Se reunían todas las tardes para hacer todos aquellos cultos cristianos y ya no cantar ni danzar su música.
Con toda esta experiencia y olvidos, el instituto tienen una ardua tarea y entre sus anhelos está poder conseguir el financiamiento para poder viajar rumbo a Paraguay o Argentina, donde tal vez puedan hallar más personas de la tercera edad que ayuden al instituto a traspasar los conocimientos necesarios para mantener a este pueblo indígena.

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