En Bolivia, especialmente en la zona andina perdura el rito de la Ofrenda a la Pachamama, que consiste especialmente en pagar tributo o pago a la Madre Tierra en consideración por los frutos que nos proporciona, actividad que se realiza con preferencia el primer viernes de cada mes; pero se toma mucha consideración el mes de agosto que suele considerarse el mes "aciago", mes adverso u hostil, es decir cuando la Pachamama se encuentra disgustada, además en este mes se inicia el año agrícola por lo que la Madre Tierra se encuentra sedienta y de hambre, en consecuencia, esta ofrenda aplaca en cierta manera el frenesí de la Madre Tierra.
Este ofrecimiento se realiza de diferentes formas y según a quien se convida, sin embargo, la que más sobresale es la Mesa blanca o dulce.
Es necesario conocer algunos aspectos o términos, empleados en esta ofrenda.
ALTAR, llamada así a una humilde mesa de madera u otro material, utilizada para el rito donde se ubica la Mesa blanca para su respectivo cumplido.
COCA, elemento importante son las hojas de la coca la mismas que sirven para el "piccheo" o la deglución en la cavidad bocal cuyo jugo se enriquece con la legía o "Llipta". La Legía se obtiene por la aglutinación de la ceniza de kañawa con cal, la misma es amasada con pasta de papa; existiendo la lejía dulce y la salada.
La coca tiene dos caras: la una es verde grisáceo, que representa el buen augurio y la otra, verde oscuro simboliza lo negativo.
UNKUÑA, es un paño cuadrangular tejido de lana especialmente de alpaca o de oveja, pudiendo ser blanco o de colores diversos, estambre donde es amarrada la coca junto a la lejía; se envuelve cogiendo las puntas extremos opuestos de la unkuña, doblándolas hacia el centro una encima de otra en forma de cruz.
MESA BLANCA O DULCE, llamado así el conjunto de productos extendidos sobre un papel blanco y que se le ofrece a la Pachamama teniendo como elementos principales a los misterios o "muqllu", la misma consiste en un rectángulo casi cuadrado elaborado en base a azúcar impalpable, clara de huevo y almidón donde se aprecian relieves con temas diversos, especialmente simbólicos andinos o también representan a santos y ascetas o simplemente a pertenencias de la persona a quien se le ofrece o brinda, a esta mesa, las mismas son colocadas en círculo.
Al centro de este circuito se adicionan confites y alfeñiques blancos, porotos, galletas letras, chocolate, pequeñas pastillas con relieves de animales, preferentemente blancas, dulce adobe blanco, romero, "kuro" o gusano, alhucema, el "trinchador" que es una pequeña raíz y algunas veces se incluye el copal, ello por estar dedicada la mesa a la tierra, también contiene el "kori limpi" y "Colque limpi" que representan a los metales preciosos oro y plata. Además se incluye pan de oro y plata
Al centro de este cerco se ubica la imagen en relieve de la figura principal a la que está dedicada la mesa (casa, vehículos, llamas, ovejas, taller, etc.) la misma es elaborada a base de una pasta de azúcar; este icono es envuelto por el Kori hilo (Oro) y el Colque hilo (Plata).
En algunos casos se incluye el "unto" que es un pedazo de cebo de llama que encarna con preferencia a la llama blanca o también contiene un "sullu" que es un feto disecado de vicuña o llama, junto a ello se ubican dos cigarrillos "khuyuna", se complementa con el "K’intu" que son hojas de coca escogidas en número de tres.
TILINKHU, es un recipiente pequeño preferentemente de plata en el cual se sirve el alcohol o vino dulce que sirve para "challar" la mesa blanca.
Todo este conjunto es rodeado por tiras de algodón blanco.
Como corolario podemos afirmar que según la concepción andina la Tierra o Pachamama existe, piensa, reacciona como un ser viviente y racional. El cerro, el nevado vive, colige, aprueba o desaprueba. El espíritu del hombre andino tiene el sentido de lo absoluto y lo absoluto es único, en consecuencia esta ofrenda debe ser quemada toda, por lo que constituye de por sí una intuición, una abertura hacia lo eminente, a lo absoluto, Dios.
Mircea Eliade, en su "Traité des Religions" desarrolla la tesis según la cual, en las religiones andinas o primitivas, los fenómenos naturales no son adorados ni tenidos por divinos, para la mente del hombre andino, son más bien manifestaciones de lo trascendente, estimulantes en la búsqueda de Dios. En esta perspectiva, el hombre andino en continuo y casi exclusivo contacto con la naturaleza, se alza hacia la divinidad, valiéndose de lo que tiene a su alcance: la tierra, donde cultiva su sustento alimenticio, los cerros donde pastea su ganado. El nevado misterioso, las lagunas y ríos…
Durante siglos, los occidentales hemos considerado a la tierra, el cerro, el mundo mineral como inertes y sin vida. La ciencia del átomo nos hizo caer en cuenta de que la materia es un mundo hirviente de energía. Hablamos de "energía" y el andino habla de "vida".
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