El esposo de Carmen ha muerto de tuberculosis y ella no quiere pronunciar su nombre. No lo hace porque en la cultura de los yuquis decir en voz alta el nombre del ser querido que se ha ido de este mundo es como echarse sal en carne viva, como meterse un puñal en la garganta, como volver a recordar la tarde aquella en que le dieron el último adiós en el cementerio improvisado, bajo un cielo lloroso y rodeados de familiares y vecinos que cada vez son menos.
Carmen está en Santa Cruz y no en Mbia Recuaté, en su tierra natal, en la cuna suya y de los pocos Mbia (conocidos como yuquis) que quedan en este mundo. Ella no ha venido sola a la gran ciudad, lo ha hecho con 23 adultos y 45 niños. Todos comparten una preocupación: se sienten muy enfermos y quieren saber qué tipo de hongo es el que se les ha metido en los pulmones. Para eso han viajado durante dos días y lo han hecho a pie, en balsa y en trufi cargando un grito de socorro que tienen atorado en el pecho. “Allá nos estamos muriendo de tuberculosis, de neumonía, de anemia y de otras cosas y nadie nos tiende una mano”, dice Jonatán Isategua, el líder del grupo.
Cuando Jonatán dice allá, se refiere a Mbia Recuaté, ese núcleo humano anclado en la provincia Carrasco de Cochabamba, a esa jungla tropical donde los Yuquis son cada vez menos. Ellos se cuentan a menudo y, hasta la anterior semana, en su comunidad eran poco más de 200, la mayoría niños y adultos, porque los viejos, con sus defensas bajas por la mala alimentación, le dan menos pelea a la tuberculosis, y los jóvenes han preferido salir a las ciudades a ganarse la vida.
Los números son un termómetro de que algo malo está pasando.
El Censo de Población y Vivienda de 2012 ya dio una señal de alerta al revelar el estado de emergencia para 15 de las 36 etnias de Bolivia.
Según aquellos resultados, existen 14 culturas amazónicas y una altiplánica que cuentan con menos de 1.000 habitantes y, por lo tanto, se encuentran en riesgo de desaparecer. Los yukis forman parte del grupo de etnias más vulnerables puesto que el dato del último censo dice que apenas eran 342 personas hasta ese año, de los que solo 209 vivían en el área rural.
Jonatán y los suyos no necesita conocer los datos del censo para saber que corren el peligro de convertirse solo en un recuerdo. Sabe que en su comunidad todos conocen en qué estado de salud se encuentran y eso los ha puesto en alerta. “El 30% de los que viven en Mbia Recuaté están enfermos”, dice, sentado en la acera del edificio de la Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia (Cidob). Hasta ahí han llegado como refugiados temporales, y lo han hecho con poco equipaje, sin colchas ni mudas de ropa.
Natán Guaguasu, 26 años, el flaco que camina con zapatos de regalo dos números más grandes de lo que él calza, cuenta, emocionado, que alguien en la Cidob le dijo que hay una canción que dice que la raza yuqui no morirá nunca jamás. Eso le da esperanza, porque asegura que en su comunidad no se mienten y saben que van camino al exterminio.
La canción a la que se refiere es a una chobena de Armando Terceros que se llama Lamento yuqui, y aquí, en el refugio de la Cidob, los que han venido se lamentan.
“En las noches nos hace frío”, se queja Raquel Guagasuera: pálida, con ocho hijos en su haber y notoriamente enferma. “Tengo los síntomas de la tuberculosis, de la neumonía y de la anemia”, dice, sin saber a ciencia cierta que así sea. “He visto a compañeros en mi comunidad a los que después les declaran esos males”, cuenta preocupada.
En Santa Cruz ya la ha visto un médico y, después de examinarla, le ha dicho que gran parte de sus males se deben a que no ingiere alimentos que son imprescindibles para equilibrar la dieta diaria. La dieta de los yuquis, explican, se basa en arroz, plátano, yuca, y cuando consiguen cazar algún animal en el bosque, consumen la carne.
Pero eso no ocurre a menudo, porque el bosque en el que viven se está quedando sin árboles por culpa de los asentamientos humanos y la expansión agrícola.
Jonatán aclara que ellos gozan de un seguro de salud indígena y que es en un hospital del trópico de Cochabamba, donde los han atendido en los últimos años, pero que han decidido ya no acudir ahí porque sienten que hay algunos funcionarios aburridos, que no les han sabido precisar qué clase de enfermedad tienen y que les hacen sentir que están cansados de ellos. “Por eso hemos venido a Santa Cruz. No nos iremos hasta que aquí nos atiendan a todos. No queremos retornar para morir en nuestra comunidad”, dice Jhonatán, que tiene los ojos amarillos, señal de que la tuberculosis alguna vez estuvo en su cuerpo. Hasta hace poco no dejaba de toser y temió por su vida.
Ellos pusieron su esperanza en los médicos de Santa Cruz y no en la del doctor que los atiende en Mbia Recuaté, donde existe una posta bonita pero que no tiene remedios ni instrumentos para curar ni insumos para hacer análisis y diagnosticar las enfermedades, que son como una condena que arrastra la etnia yuqui.
Los miembros de esta expedición, bajo una sola voz, demandan atención del Gobierno y dicen que no han venido para mendigar en la ciudad, que camina alocada en un ambiente navideño, sino para buscar el compromiso de las autoridades.
Enterados de como están, recuerdan que en el artículo 31 de la CPE dice que las naciones y pueblos indígenas originarios en peligro de extinción, en situación de aislamiento voluntario y no contactados, serán protegidos y respetados en sus formas de vida individual y colectiva.
Desde La Paz, el diputado indígena y masista Bienvenido Zacu, dijo que demandará al Ejecutivo una atención de emergencia para que se movilice hasta Mbia Recuaté una comisión del Ministerio de Salud. Además, se comprometió a viajar a Santa Cruz para atender personalmente a los que llegaron para buscar ayuda. “Es preocupante todo esto”, dice Zacu, que prometió no quedarse con los brazos cruzados.
Desde la Defensoría del Pueblo de Bolivia, enterados del drama que soportan los yuquis, están elaborando un informe sobre la dura realidad.
Jonatán Isategua, el líder de la comitiva, le toma la palabra pero advierte que el tiempo corre en contra. “A estas alturas de la historia de los yuquis, las promesas tienen que hacerse realidad porque de lo contrario desapareceremos ante la mirada pasiva de la sociedad”.
“Hemos salido a la ciudad para que sepan que estamos sufriendo”, advierte Jonatán, que mira con esos ojos amarillos que tiene
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