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lunes, 19 de octubre de 2015

Atrapadas en sus pueblos, mujeres tapietes, guaraníes y weenhayeks




Con una voz apenas perceptible, Luisa, mujer weenhayek habitante de la comunidad El Lapachal (Villa Montes), nos cuenta que por necesidad, su esposo ha dejado de pescar en el río Pilcomayo y se ha dedicado al trabajo de la agricultura.

Ella dice que también ayuda en la tarea, regando el pequeño huerto de cinco por siete metros, que contiene papa, acelga y sandia, hortalizas y frutas, que han ayudado a su familia a subsistir ante la escasez de pescado.
Sin embargo, mientras habla, diez niñas y tres niños corren descalzos por el ardiente patio de tierra del pueblo, no llevan zapatos y apenas están cubiertos por una pequeña polera, cargada de polvo, que parece esconderse al vernos.
Entretanto, varias mujeres dispersas en el pueblo atienden a bebés de menos de un año. Otras lavan pilas de ropa, hierven papas y algunas tejen la ya conocida caraguata. “Para ganarse algo de platita” como dice Luisa con su miedosa voz.
A simple vista se nota que el pueblo, en ese momento, está lleno de mujeres; pues los hombres salieron a trabajar para ganar el sustento del día. A su regreso debe estar listo el almuerzo y atendida la huerta. Empero, las ausencias de los varones suelen ser más prolongadas y es la mujer la que debe cuidar de la casa, de los hijos y entre todas del mismo pueblo.
Así, más allá de este panorama y detrás de los pies descalzos, la tierra suelta, las arrugadas manos por tanto lavar, las voces temblorosas y los tostados rostros de estas mujeres, hay mucho por contar. Pues la situación para ellas en los tres pueblos indígenas de Tarija- Weenhayek, Tapiete y Guaraní- no es nada favorable y se ha estacionado en los valores antiguos de donde sólo, en raras excepciones, se ha movido unos centímetros con las últimas leyes promulgadas.
En la actualidad, las mujeres indígenas viven atrapadas en sus pueblos, sin derecho a educación, liderazgo ni empleo. Su firme cadena son las labores domésticas, sus hijos y la censura, si es que ellas deciden incursionar en la política u otra labor económica que las aleje de su familia.
Según el Informe de Desarrollo Humano de Género de 2003 (PNUD): “Bolivia trata mejor a sus hombres que a sus mujeres”. Asimismo, continúa el texto, “Los hombres están más y mejor educados que las mujeres, más y mejor atendidos en su salud que las mujeres, y tienen la posibilidad de generar mayores ingresos, inclusive trabajando menos (…) si consideramos que las mujeres, a diferencia de los hombres, tienen además (…) la responsabilidad casi exclusiva sobre el trabajo doméstico”.
Esta conclusión general se refleja con fuerza en los tres pueblos indígenas. Según un diagnóstico realizado por la ONG Cerdet sobre la Situación actual de la Mujeres Indígenas en Tarija, éstas continúan con desventajas ostensibles en cuanto al acceso y permanencia educativa tanto en el nivel primario como en el secundario, lo que sigue contribuyendo a mantener su marginación social.
Estos datos explican la escasa importancia que las familias indígenas conceden a la educación de sus hijas. “La marginalidad femenina es mayor en la medida en que avanzan los niveles educativos y se ensancha la brecha urbano-rural”, concluye el estudio.
De acuerdo al director de la investigación, Neyver Espindola Mogro, pese a los avances señalados en términos de escolaridad, las mujeres para el año 2001 aún se ubicaban en porcentajes inferiores a los hombres, quienes cuentan con 8,24 años promedio de estudio, mientras éstas alcanzaron solamente el 6,65.
Como agravante, la situación de las mujeres rurales e indígenas es más precaria, siendo 3,14 años el promedio de estudio logrado. “Estas mujeres ven afectado su acceso a la educación por los dispositivos culturales que reflejan prejuicios, estereotipos y visiones limitadas de su rol social”, detalla Espindola.
De la misma manera, las mujeres indígenas reconocen que en las comunidades no existen oportunidades de educación formal, convirtiéndose esto en una debilidad desde épocas ancestrales. Añadido a este panorama sólo existen escuelas primarias, cuyos profesores no son bilingües y enseñan sólo en español.
“Estuve escuchando por la radio que nuestra lengua no la están valorando y tengo una preocupación también por ese lado ¿no?, si bien en el Chaco somos lengua originaria, ¿por qué no tiene que haber nuestra lengua en cada escuela? ”, afirma la 2º Capitana de la Asamblea del Pueblo Guaraní de la Zona de Yaku Igua, Rosario Oquenday (mujer guaraní de 57 años).

Llenas de hijos
Otra gran cadena que amarra a las mujeres indígenas en sus pueblos es reflejada por las estadísticas de la Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ENDSA) que registran la tasa más alta de embarazo adolescente a los 19 años llegando este último año a 37% entre las que ya son madres y están embarazadas.
“El porcentaje más alto de embarazo adolescente se focaliza en el área rural (mayoritariamente indígena), el cual llega a 24,6%, donde las mujeres tienen un déficit educacional severo, en muchos casos con educación primaria incompleta.” (ENDSA 2008).
De acuerdo a Espindola, las insuficientes condiciones que presentan los establecimientos escolares frente a las adolescentes embarazadas se constituyen en uno más de los elementos discriminadores en el ámbito de la escuela. A pesar de que la legislación prohíbe su expulsión, las niñas y adolescentes abandonan la institución debido a los prejuicios altamente arraigados en el sistema educativo.
Pero un punto fundamental es también la cultura de estos tres pueblos indígenas, que han promocionado el matrimonio a temprana edad.

Lejos de un empleo
Elizabeth Morales, mujer guaraní de 39 años, cuenta que “es difícil tener un empleo” porque deben asistir a reuniones, salir y dejar la casa sola y con los niños. “¡Huy! la vida familiar…ummmm, la vida de la mujer es difícil pues, difícil, difícil, y sacrificante más que todo, uno le dedica mucho tiempo al hogar nomás”, afirma.
De acuerdo al estudio de la ONG Cerdet la diferencia de ingresos entre hombres y mujeres está marcada porque los varones continúan llegando a posiciones de dirección y administración. Además que siempre son ellos los principales dirigentes en estos pueblos.
Respecto a la producción de artesanías, esto para las mujeres indígenas siempre tuvo su importancia, así se convirtió en una fuente laboral que genera un pequeño ingreso económico. Sin embargo, en los últimos años se ha hecho difícil poder dedicarse a ello, ya que existe muy poca materia prima y algunos lugares de recolección están en propiedades de ganaderos, que obstaculizan el acceso a la misma.
De esta manera y en la actualidad la mujer indígena ha quedado relegada a empleos agrícolas que no la alejan del hogar. Entretanto, los hombres emigran de las comunidades hacia zonas urbanas en busca de empleo.

Ser débil o aguantar
Pero la pobreza y la falta de oportunidades de trabajo traen consigo problemas, no sólo económicos, sino de violencia doméstica. Sin embargo, en muchos casos, a pesar de vivir violencia, las mujeres indígenas no la ven.
Justa Cabrera, mujer guaraní, afirma que las propias mujeres, cuando se queja alguna, la señalan como una mujer débil, sin carácter pues “hay que saber aguantar para ser una verdadera mujer”, dicen en los pueblos.
En consecuencia, “A las mujeres indígenas les resulta muy difícil escapar de las relaciones sexo/género jerarquizadas con dominio masculino.” (Gayle Rubin El tráfico de mujeres: notas sobre la “economía política del sexo” 1975).

La salud, una discriminación
Otra cadena para las mujeres indígenas, weenhayeks, tapietes y guaraníes, es la falta de centros de salud. El estudio del Cerdet señala que esto se debe al difícil acceso a las comunidades y a la poca atención de los gobiernos municipales y departamentales.
La 2ª capitana zonal de la APg Yaku Igua, menciona al respecto “En cuanto a la salud hay deficiencias, en Yacuiba. En la ciudad siempre discriminan en la atención a la gente, por el hecho de ser pobres, nos tratan mal, lo primero que preguntan es si tenemos plata, sino no. En este sentido la atención es pésima. Algunas enfermeras son malas, nos riñen y yo creo que esa no es la manera”, asegura y agrega que muchas deben ser atendidas a “su suerte” en sus mismos pueblos.

Ser mujer weenhayek
Con todo este panorama “Ser mujer” en el pueblo Weenhayek es duro, menos del 10 por ciento asisten a la escuela. La mujer es poco menos que una sierva, por la cantidad de trabajo que se descarga sobre ella, pero más por el modo despectivo con el que el varón la trata en la vida social.
De acuerdo al diagnóstico de la ONG Cerdet, en el pueblo Weenhayek hay 3.322 habitantes, de los cuales 1.686 son hombres y 1.636 son mujeres. Simón, habitante de El Lapachal, revela que los padres prefieren hijos varones, pero asegura que ello no significa un rechazo a las mujeres, sino que los varones desde la infancia ayudan al padre en las principales actividades económicas. De esta manera los hijos varones gozan de mucha libertad que con los años aumenta hasta dejar sus pueblos.
Según el capitán de los weenhayeks, Moisés Sapiranda, la mujer no participa del espacio público, aunque tiene un rol fundamental en la toma de decisiones dentro del hogar.
Pero más allá de la familia en la escuela Unidad Educativa Central Misión Sueca, que queda a 15 kilómetros de El Lapachal, sólo el 30% de los estudiantes son mujeres. Esto se debe también a que el acceso a la educación es muy restringido para los weenhayeks, sobre todo porque deben caminar largas distancias y en muchos casos se han tenido que alejar de su familia para vivir en el “Internado Weenhayek Capirendita Centro Estudiantil”, que queda al frente de la escuela y donde 64 jóvenes originarios conviven con lo justo para sobrevivir. De éstos sólo diez son mujeres.
Otro punto que refleja la situación de la mujer es la lista de bachilleres de la gestión 2014, pues en ella sólo figuran hombres.

Ser mujer tapiete
Una situación similar se vive en el pueblo Tapiete. En Bolivia hay un solo pueblo de esta etnia llamado Samu’uguate y está en Villa Montes. Según el diagnóstico de Cerdet, en el pueblo hay 99 habitantes, de los cuales 59 son hombres y 40 son mujeres.
El antropólogo Álvaro Diez Astete, autor del libro Pueblos Indígenas y Tierras Bajas, explica que en cuanto a su organización familiar y social, este grupo tiene parámetros rígidos y bien establecidos: el jefe de familia es el marido y sus deberes están claramente delimitados, es responsable de la pesca, la agricultura y la caza.
Así, la mujer lleva todas las tareas del cuidado de la cocina y de la vida doméstica. El pensar en educación para las mujeres queda muy lejano.
En entrevista con El País eN, el asambleísta departamental tapiete, Vicente Ferreira, explica que si bien Samu’uguate cuenta con una pequeña escuela, sólo una cantidad reducida de mujeres asiste a ésta.
Uno de los factores principales que influye de manera determinante en esta restricción es un rasgo cultural del pueblo, que establece que el casamiento para las mujeres se dé a los 16 años. Esto hace que muchas tengan hijos a corta edad.
En Samu’uguate, según Ferreira, las mujeres tienen de 14 a 15 años para arriba, por lo que su rol está centrado en cuidar a los niños en época de pesca cuando los varones se trasladan al río Pilcomayo y el pueblo queda abandonado bajo su responsabilidad. Las mujeres ya están acostumbradas a pasar el 80% del año sin sus esposos.
“El pueblo se queda solo con las mujeres y los hijos. Ellas se quedan en la casa, cocinan, cuidan los niños y los animales”, detalla Ferreira y agrega que antes las mujeres se dedicaban a los tejidos, pero hoy ya no lo hacen, ya que se ha hecho difícil conseguir el material.
Sobre la oportunidad que se les da a las tapietes, Ferreira agrega que entre las pocas que van a la escuela, hay quienes terminaron primaria y algunas que llegaron a ciclo medio, “saben, entienden, pero hay un problema”, afirma. “No se sienten capaces, y ellas mismas rechazan oportunidades”, asegura. Así define que las mujeres de su pueblo no se animan a ser dirigentes, pues son tímidas y tienen miedo.
Respecto a los centros de salud, los tapietes no cuentan con uno, por lo que deben viajar tres horas y media hasta llegar a Villa Montes. Esto ha hecho que las embarazadas tengan sus hijos en sus viviendas y con la ayuda de todos. “Es una suerte, si nace bien la wawa”, afirma Ferreira.

Ser mujer guaraní
La cantidad de familias guaraníes asciende a 620, mientras tanto la población total de indígenas llega a aproximadamente 3.200 personas (según el último censo realizado por dirigentes del Directorio zonal APG Yaku-igua, 2012).
Las poblaciones guaraníes son varias, sin embargo para este reportaje se tomó la comunidad de Timboy Tiguasu, ubicada a 55 kilómetros al noreste de la ciudad fronteriza de Yacuiba, municipio autónomo de la Región Autónoma del Chaco.
En el pueblo hay 53 personas, con un número aproximado de 15 familias. Cerca del 50% de su población está compuesta por niños y jóvenes.
El área comunal de Timboy Tiguasu es de 453 hectáreas con Título Ejecutorial otorgado por el Ministerio de Desarrollo Rural y Tierras. La principal actividad productiva y económica, que desarrollan tanto hombres como mujeres, es la agricultura: cultivo de maíz, maní, poroto y anco. En estos últimos años han incursionado en la práctica del cultivo de hortalizas.
En otra actividad, casi todas las familias crían animales domésticos como gallinas, patos, chivas y cerdos. Los jóvenes varones apoyan en el trabajo de sus padres como labores de cultivos. Además asisten a la unidad educativa de la comunidad cercana, Palmar grande.
Sin embargo, las mujeres ayudan de manera organizada en el huerto comunal, por lo que son muy pocas las que asisten a la escuela.
Ellas asumen de forma íntegra la responsabilidad del hogar y no trabajan debido a los comentarios de los demás, así lo expresa Elizabeth Morales, mujer guaraní de 39 años. “Es difícil porque si dejamos la casa sola, la gente habla”, asegura.
En lo educativo actualmente las mujeres guaraníes reconocen que en las comunidades indígenas no existen oportunidades de educación formal, siendo una debilidad desde épocas ancestrales.
Según un diagnóstico de educación, elaborado en 21 zonas guaraníes, existe un 31% por ciento de analfabetas mayores de 19 años, mientras entre los hombres se registra un 21%.

Rompiendo las cadenas

De acuerdo a lo manifestado por las mujeres indígenas han habido algunos cambios en la forma de pensar y actuar de éstas en los últimos diez años. Dicho aspecto ha sido producto del conocimiento de las Leyes Promulgadas a favor de los derechos de los pueblos Indígenas.
Desde la fundación de CIDOB en 1982 los pueblos indígenas plantearon el fortalecimiento del liderazgo de la mujer indígena y su participación efectiva en la toma de decisiones orgánicas y es en la Gran Asamblea de los Pueblos Indígenas (GANPI) del 2006, que se visibiliza con fuerza ese liderazgo, haciendo prevaler el derecho a la equidad e igualdad de participación efectiva en un 50% en la toma de decisiones orgánicas.
Un claro ejemplo de esto es el caso de Rosario Oquenday , que es la 2ª Capitana de la APG Yaku Igua (guaraní), ella nos comenta las razones de su elección “Por mi antigüedad, de muchos años que vengo participando en todas estas cosas, siempre he estado saliendo por todos lados y como en nuestros estatutos nosotros tenemos que tener por lo menos cuatro años de participación y ser dirigente comunal y luego zonal, mi persona así ha sido”
Empero, dice que la discriminación está siempre presente, ya que los cargos más comunes que asumen son de: responsables de género y presidentas del grupo de artesanas.

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