Entre árboles de cacao y platanales, en viviendas sencillas, dedicados a la pesca en el río y a la minería viven los lecos de San Juan de Kelequelera, una comunidad ubicada en Zongo Trópico, donde existe una lengua que se guarda casi como un secreto condenado a desaparecer.
Sentado en una silla e iluminado por la luz de su pequeña tienda de abarrotes -una de las pocas de la comunidad- Teodoro Chono, de 60 años, uno de los habitantes más antiguos y único médico naturista y partero de Kelequelera, habla en su lengua materna mientras cuenta que hablarla se ha convertido en algo íntimo y solitario.
No hay con quién sostener una conversación. Pero él tiene un plan de rescate para la lengua de sus antepasados que ya ha puesto en práctica.
“Y una noche como ésta, así de estrellada, ¿cómo se dice en leco?”. Él responde “chikalas chejra poleara” y sonríe, seguro de que nadie puede superarlo en la pronunciación.
Así empieza a decir algunas de las palabras más utilizadas en la cotidianidad de Kelequelera, como kisich, que significa cazar; lejle, río; esa, lluvia, y era, que quiere decir yo.
O frases afectivas como chikalas adano choswai, que en español significa “Bien (mucho) te quiero mujer”,
En Kelequelera, con alrededor de 420 habitantes, sólo tres o cuatro personas hablan leco en forma parcial. Es una lengua considerada prácticamente extinta por los lingüistas e investigadores como Samuel A. Lafone Quevedo o Simon Van de Kerke, este último la nombra como el dialécto buruwa.
Ambos autores señalaron que esta lengua no sólo corresponde a Kelequelera, sino que se habla, o hablaba, en Apolo y varios pueblos alrededor de Guanay, en la provincia Larecaja del departamento de La Paz.
Las uniones sentimentales con personas que no nacieron en su comunidad han ayudado a que su población no desaparezca, pero -de alguna manera- también ha echado al olvido ciertas costumbres, como el uso de su lengua nativa.
A ello se le unió la vergüenza de los jóvenes a seguirla usando, según cuentan sus habitantes.
Las mujeres de la comunidad reunidas cuentan que la vergüenza fue un factor determinante. “Nuestro idioma que llamamos leco o leca era usado en otras comunidades, pero cuando nosotros fuimos creciendo nos daba vergüenza que nuestros padres no hablen bien el español y mezclen ambos”, dice Lidia Salazar.
El único punto de acceso o salida a Kelequelera es un puente colgante peatonal, salvo que se cruce el río en balsa o nadando.
En este pueblo, rodeado por el río Coroico y donde los automóviles no ingresan, pues no existe una carretera, las palabras en leco usadas por los niños se limitan a lo básico.
Ache (papá), yo-yo (mamá) y choa (hermana) son las palabras que los pequeños utilizan de vez en cuando, según cuenta el médico naturista.
La cotidianidad y el leco
Es que hablar en leco con el conductor del cisterna parece ilusorio. Ese hombre logra movilizar una verdadera caravana de personas cada vez que cruzan el puente colgante con recipientes de todo tipo para abastecerse de algún carburante, no siempre con el resultado esperado.
Qué decir de cuando tienen que visitar al médico en Caranavi, la población más cercana que no habla leco; o sostener reuniones con los trabajadores de la cooperativa minera, que llegaron a Kelequelera como empleados de su socio en el emprendimiento.
Sin embargo, los habitantes de este pueblo consideran que no se trata de dejar de hablar español, sino de recuperar el orgullo de la lengua de sus antepasados. Así podrían transmitir su identidad, más allá del mestizaje.
Dicen que doña Paulina Sinari habla leco, pero no se anima a hacerlo cuando un forastero le consulta.
Ha llegado la noche, es la hora del descanso y Sinari pasa esas horas finales del día sentada sobre una estera pijchando coca, fumando cigarros Astoria y mirando televisión. La imagen es toda una postal.
Cuenta que en su juventud no fumaba como ahora. “Ya estaría muerta”, dice en tono de broma.
Mientras el audio de un programa de Chespirito se escucha de fondo, rememora cómo sus padres hablaban leco fluidamente y “eran orgullosos de cada una de sus palabras”.
Un diccionario
En la escuela de la comunidad Chono se enseña a los más pequeños las danzas propias de su pueblo, pero sobre todo se ha empezado a transmitir su lengua para preservarla.
Paulina ha dedicado años a la escritura de cuadernos sobre su lengua y ahora, con la ayuda de su hijo Mirko Chono, planea transformarlos en un diccionario y libros de texto para que los pequeños de la comunidad, y otros, puedan aprender leco.
“Los más antiguos están volviendo a hablar. Se han animado porque los que sabían ya han muerto. Lo que quiero es que mis hijos hablen como mis padres. Ahora nos damos cuenta de todas las cosas importantes que teníamos. Debemos olvidar la vergüenza y pasar orgullo”, dice Irma Medina.
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