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domingo, 10 de noviembre de 2013

‘Olimpiadas’ urus miembros de la antigua etnia se reúnen para competir

Haciendo honor al nombre con el que los rebautizaron los aymaras, los urus u hombres de la aurora se levantan poco después de la salida del sol en Irohito, una comunidad a orillas del río Desaguadero. Vienen de los cuatro lugares entre los que está distribuida esta antigua etnia: de Uros-Chulluni —de las islas flotantes de Puno, Perú—, de la zona del lago Poopó y los vecinos de Chipaya. Y, como anfitriones, los comunarios de Irohito, en el municipio de Jesús de Machaca.

Todos madrugan porque el día será largo: tienen por delante una jornada de competencias. Celebran algo así como las olimpiadas urus, actividad que es parte del encuentro entre estos cuatro pueblos del mismo origen separados por la geografía altiplánica y por la línea política que divide el espacio entre Bolivia y Perú.

La primera práctica tradicional con la que arranca el día es el lanzamiento de liwi, una antigua, pero todavía en uso, herramienta con la que se cazan aves.

Consta de una cuerda que, en un extremo, tiene una pieza dura (como una piedra). Cuando los pájaros están volando, se lanza al aire y el cordel, si se proyecta con puntería, se engancha bien en la cabeza del animal o en sus patas, y el cuerpo cae al suelo. Y, de ahí, a la cazuela. Uno de los platos típicos del lugar, más allá del wallake o sopa de pescado, es el fricasé de choca (Fulica americana), ave que los lugareños suelen atrapar tanto para comer (la caza se sigue practicando acá) como para vender.

No es cosa fácil acertar con el liwi cuando el pájaro está en pleno vuelo, hay que adoptar pose de cazador, con una pierna delante y la otra detrás, apuntar y lanzar. Antes, este instrumento se hacía con lana de oveja y fibra de llama mientras que ahora se emplea yute y plomo negro.

Alrededor de las nueve de la mañana, finaliza la caza de aves y comienza un juego chipaya: el palamo, que se practica cuando se aproxima Todos Santos, en el que participan hombres y mujeres. Consiste en colocar una piedra grande, a la que llaman “la vieja”, sobre el terreno de juego, a cierta distancia de los jugadores. Éstos están repartidos en dos equipos de hasta cinco miembros como máximo. Cada grupo tiene que lanzar otras piedras y, la que llega hasta “la vieja” y se queda parada, da cinco puntos. Quien pierde tiene que rezar por las almas de los difuntos, cuenta Trifón Solís, profesor de la Unidad Educativa Villañeque de Challapata.

Pero el juego dura poco. Los asistentes empiezan a reclamar lo que todos están esperando: la competición de balsas y botes y la de natación. La gente deja la cancha de la comunidad para tomar el camino hacia el río Desaguadero, oculto tras una loma. Ahí abajo se ve una mancha de agua que parece más una tranquila laguna con totorales, barcas junto a la orilla y vacas tomando el sol, es el primer tramo del río que nace en el lago Titicaca y desemboca en el Poopó. Hay también una especie de embarcadero que parece natural: un entrante de tierra elevado sobre el que hay un armazón de madera, de algo a medio construir o, tal vez, los restos de una edificación a la que afectó el paso del tiempo.

En su orilla izquierda está atracada una gran balsa de totora de color amarillo brillante con una estructura en su parte central: permite a los pasajeros tanto cubrirse del sol dentro de ella como subirse a su terraza para contemplar mejor el entorno. Es la Balsa Pedagógica Tunupa, “nombre del dios de los urus que abrió el río Desaguadero”, explica el profesor de la escuela de Irohito, Jorge Mamani, desde lo alto de la embarcación rodeado por sus alumnos, que se tapan del potente sol con los típicos sombreros picudos hechos de totora.

Una de las leyendas sobre el dios de los tejidos y las plantas cuenta que los habitantes de Carabuco, en el Titicaca, lo castigaron por haber tenido relaciones carnales con sus hijas Umantu y Kesintu, madres de los peces. Y lo empalaron con madera de chonta y lo lanzaron a las aguas. Su cuerpo se movió por el lago sagrado, abrió el Desaguadero, el lago Poopó y los salares de Uyuni y Coipasa donde, según unas versiones, se quedó; otras dicen que continuó moviéndose bajo la tierra, hasta que salió al océano Pacífico por Antofagasta.

Toda la comunidad ha participado en el proceso de construcción de esta nueva aula flotante para la unidad educativa, que es multigrado (en Irohito viven 28 familias). Les ha llevado casi dos semanas y han empleado 260 amarros de totora, además de plastoformo y nailon, cuenta un comunario, Lorenzo Inda.

Servirá para fortalecer el currículo regional, indica la coordinadora del proyecto, Rosmary Acho. Las asignaturas de Ciencias de la Vida, Cultura o Historia se darán sobre el agua del río. Los pequeños estudiarán la fauna y la flora de su entorno, además de las formas tradicionales de caza (como el liwi) y pesca.

Ya han intentado hacerlo antes, dice el docente, en pequeñas balsas, pero no era posible: demasiada gente y poca embarcación.

También contribuirá al fortalecimiento de la cultura de la comunidad y será, confían los comunarios, un aliciente para el turismo, pues en Irohito ya hay un albergue al que, aunque no cuenta con agua corriente ni baño, recibe visitantes ocasionales.

La balsa es parte del proyecto Educación contextualizada de los pueblos indígenas aymara y urus de la Fundación Machaca Amaw’ta, financiado por Educación sin Fronteras y el Servicio de Liechtenstein para el Desarrollo(LED). Con dos botellas de cerveza Paceña, el presidente del Consejo Educativo de la Nación Uru, Ciriaco Inda, y la coordinadora de LED, Ingrid Tapia, inauguran oficialmente el aula flotante. Alumnos y adultos se embarcan trepando por la superficie resbaladiza y la balsa zarpa gracias al empuje que hace uno de los tripulantes: hinca un palo de unos 2,50 metros de altura en el lecho lodoso del río e impulsa la embarcación, que se tambalea al dejar la orilla. Luego, se mueve erguida destrozando a su paso el manto de algas verdes que cubre el agua.

Y, por fin, llega la hora de competir en el agua entre los cuatro pueblos. Uno de los participantes pregunta por su balsa. Los organizadores buscan los remos... Poco a poco va apareciendo todo lo necesario y el jurado se mete en el río con una barca a motor. Sobre la superficie, atada a dos palos, alguien ha colocado una cuerda de la que cuelgan trozos alargados de plástico azul y rojo: es la línea de meta. ¡Y a “balsear” se ha dicho!

Mujeres y hombres de agua

Pobladores de los cuatro núcleos se han apuntado a la competencia, y hay hombres y mujeres de casi todas las edades. Los que compiten con las balsas van de rodillas sobre ellas y, con grandes remos, avanzan sobre el Desaguadero. Los de Chulluni, que viven en las turísticas islas flotantes peruanas, llevan la delantera, aunque seguidos de cerca por los de Ihorito. “¡Sí se puede!”, gritan todo el tiempo los de Chulluni a sus participantes. Los de Chipaya, que suelen tener menos contacto con el agua, no destacan en esta competencia y hablan entre ellos en su lengua, el uru, porque son los únicos que mantienen su lengua original, mientras que el resto se expresa en aymara, quechua y castellano. En Irohito quedan sólo cinco mayores que aún se acuerdan del uru.

Cuando llega el turno de las féminas, los peruanos se miran entre ellos. “¿Dónde está Rita?”. Rita Suaña es una dirigente de 37 años que viste al estilo tradicional de su tierra: pollera amarilla, polera blanca, chaleco rojo con flores de colores bordadas y sombrero de paja de ala ancha. Está en la cima de la loma, mirando bajo el sol las competencias. La traen hasta la orilla, se sube a una de los botes.Y, contra todo pronóstico, gana la concursante de Irohito.

Por la tarde la competencia es exclusivamente para las niñas y niños, que cuentan cuentos de su tierra en los idiomas que conocen. Aquí, los de Chipaya triunfan empleando el uru, pero todos saben de las historias de su cultura, la de mujeres y hombres separados por tierras y líneas políticas pero unidos por las ganas de recuperar su lengua y sus tradiciones.



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