Cabe aclarar que el antiguo nombre del pueblo y lengua aymara era el QULLANA. La denominación de aymara surgió a consecuencia de un pasaje histórico circunstancial. Cuando arriban los conquistadores españoles a la tierra qullana, preguntan a los lugareños por el nombre de ellos y de su región, los abordados, creyendo que les habían preguntado acerca de cuanto tiempo están viviendo respondieron “JAYA MA-RA” que significa MUCHOS AÑOS. Desde ese momento y hasta el presente quedó el denominativo de aymara pa-ra referir a una de las nacio-nalidades más numerosas de nuestro país, ocupando el segundo lugar después de los kichwas.
Este cuadro de historiación completamos mencionando a los personajes que estudia-ron y hablaron el aymara en todos sus componentes lingüísticos, luego escribie-ron textos y difundieron en diversos círcu-los. Así, durante la colonia destacamos el trabajo del cura dominico Ludovico Berto-nio, con su connotado trabajo del Diccio-nario de la Lengua Aymara, Vicente Pazos Canqui en los inicios de la vida republica-na, Antonio Gonzáles Bravo que en los tiempos de la Revolución Nacional publica afiches y folletos políticos dirigidos a los sectores indígenas del altiplano, luego es-tá Juan de Dios Yapita, nacido en la provin-cia Omasuyos, fue catedrático de la UMSA en los años ochenta del siglo pasado y pio-nero en plantear la FONOLOGÍA AYMARA a través de su Instituto de la Lengua y Cultura Aymara (ILCA), fonología que fue-ra oficializada en 1982 por el gobierno central a través de un decreto supremo. Hoy destacamos la dedicación y trabajos del lingüista Basilio Mamani que dicta cla-ses en la universidad y cursos cortos a los interesados, también tenemos al comuni-cador orureño Donato Ayma Rojas, que desde su radioemisora Pacha Qamasa, difunde el aymara consiguiendo masiva audiencia en El Alto y provincias paceñas. Pero, el verdadero repositorio de esta len-gua a través del tiempo es el mismo hom-bre aymara, que desde el anonimato man-tuvo viva su práctica a través de genera- ciones, pese a las adversidades e intentos de acallamiento sufridos durante quinien-tos años de colonización externa e interna.
Hoy existen normas que garantizan su aprendizaje y uso como un idioma oficial en el Estado Plurinacional, pero la realidad es distinta e incierto el futuro. Bastan algu-nos ejemplos familiares, mi esposa tiene seis hermanos, ninguno de ellos habla es-te idioma, excepto ella, ocurre esto porque en mi hogar lo utilizamos en un 60% de nuestras conversaciones diarias. Nosotros somos migrantes de una población altiplá-nica. Además, ninguno de mis cuatro hijos adolescentes pueden hablar este idioma o finalmente no quieren aprender y hablar pese a que llevan como una asignatura en el colegio. Por otro lado, muchos estudian-tes de la ciudad de El Alto, registran su inscripción en el RUDE como BOLIVIANO, y no como descendiente aymara, incluso los mismos padres de familia indican que la primera lengua aprendida por el hijo es el castellano y no el aymara.
Los ejemplos mencionados son contun-dentes. Los habitantes de esta ciudad, mi-grantes en su mayoría desde el altiplano o del valle YA NO HABLAN EL AYMARA, YA NO QUIEREN HABLAR o DICEN NO HA-BLAR. Los sociólogos nos aclaran que esta situación ocurre porque el aymara co-mo idioma junto a la persona hablante, fue sometido y so-juzgado desde la precolonia cuando los incas belicosa-mente vencieron y sometie-ron a los aymaras. En la colo-nia y la era republicana los aymara hablantes sufrieron en carne propia la humillación más inhu-mana por hablar esta lengua y conformar esta comunidad. De esta forma, muchos prefieren ocultar su identidad, negar su linaje. La consecuencia final es que el ay-mara es hablado cada vez por menos personas. Si esto pasa en las ciudades de El Alto y Viacha, por lógica en las otras ciu-dades el panorama es todavía más preo-cupante.
Ante esta situación surgen algunas inte-rrogantes, ¿qué se puede y debe hacerse para evitar su extinción paulatina, quienes deberían asumir las iniciativas de plantear políticas y programas que permitan man-tener el uso de esta herencia cultural que nos legaron los tiwanakotas y qullanas?. Nuestras autoridades nacionales y depar-tamentales tienen la palabra. Además existen dos espacios que deben trabajar y contribuir en los planes de protección y de difusión del idioma: el sector educación y los medios de comunicación social. Urge conservar vivo este código comunicacional que es hablado todavía por miles de fa-milias bolivianas.
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