domingo, 22 de diciembre de 2013

El bachillerato cambia la vida a los ayoreos adultos

Juan Chiqueno Picaneray, un ayoreo que a sus 65 años consiguió su título de bachiller, comenta orgulloso que gracias a esto dejó de firmar con la huella dactilar y ahora puede escribir su nombre.

Para él no fue sencillo estudiar, porque asegura que a su edad es más difícil entender, más aún porque nunca había intentado aprender a leer y a escribir, pues las clases se impartían en español, idioma que poco conoce.

Adela Moreno Dosapei (58) está más orgullosa de ser bachiller y asegura que ella tuvo más facilidad en el aprendizaje. Eso se puede percibir cuando se entabla una conversación con ella, porque habla con más fluidez el español, además comenta que en varias oportunidades los estudiantes universitarios la han buscado para que les ayude a comprender la cultura ayorea en sus diferentes aspectos, como la alimentación.

Ejemplo familiar

Los dos hijos de Adela también se interesaron por el estudio. Su hija mayor, de 21 años, salió bachiller el año pasado y ahora ayuda en la guardería de la comunidad. De igual forma su hijo de 15 años está en secundaria y quiere terminar de estudiar antes de entrar al cuartel.

Adela es una de las más preocupadas en recibir orientación para ver las posibilidades que tienen, como pueblo indígena, de continuar estudios, porque asegura que para ellos la situación económica es muy difícil.

Andrés Chiqueno (40) es otro ayoreo que ha comprendido que con el estudio se puede conseguir mejores oportunidades. Ahora que es bachiller intenta buscar un lugar o una ayuda para estudiar una carrera técnica. Está interesado en aprender electricidad, para tener un trabajo más estable.

Andrés trabaja en la Central Ayorea Nativa del Oriente Boliviano (Canob) y también percibe dinero extra por hacer traducciones en su lengua.

Ellos son parte de los 10 ayoreos graduados en la cuarta promoción del Centro de Educación Media para Adultos (CEMA), que funciona en la comunidad Degüi, en el barrio Bolívar de la Villal Primeo de Mayo. Con ellos también egresaron otras 19 personas que no son de la comunidad. El asambleísta ayoreo Suby Picaneray y su esposa también fueron parte de este grupo de graduados.

Del mismo modo, el presidente de la Canob, Arturo Chiqueno (45), fue compañero de este grupo. Él comenta que de niño, cuando tenía seis años de edad, en Rincón del Tigre entró a la escuela para cursar la primaria. Asegura que no fue nada sencillo, porque tuvo que trabajar para costear sus útiles escolares. Luego abandonó la escuela por muchos años hasta que ahora ha decidido alcanzar el bachillerato.

Para los ayoreos dar este paso en el campo educativo ha sido complicado, además en su cultura la educación no es una prioridad. Eso se percibe en el CEMA que funciona en Poza Verde, que es una comunidad ayorea, donde la mayoría de los que estudian allí no son del pueblo indígena, informó Chiqueno.

Asegura que con los años los que viven en la ciudad o sus proximidades han tenido más interés en los estudios.

Convenios firmados

Chiqueno, en calidad de dirigente de la Canob, informó de que han logrado firmar un convenio con la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno, y espera que para el próximo año puedan haber ayoreos cursando carreras universitarias, porque hay interesados.

La Canob también firmó convenio con un instituto para que sus afiliados puedan estudiar enfermería, pero hasta ahora ningún ayoreo se ha postulado.

Julia Chiqueno ha sido una de las primeras bachilleres ayoreas. Ella tuvo que estudiar en una escuela regular. Luego, con el apoyo de la Confederación Indígena del Oriente Boliviano (Cidob), comenzó a estudiar Trabajo Social en la Universidad Evangélica Boliviana (UEB), pero solo estuvo un año y medio, porque le daban media beca y tenía dificultades para pagar sus estudios.

Julia espera otra oportunidad para continuar sus estudios superiores. Actualmente, ella es responsable de la guardería que funciona en la comunidad Degüi, adonde asisten 50 niños

viernes, 20 de diciembre de 2013

La nación Monkóxi entrega su estatuto

Representantes de la Asamblea Autonómica de la Nación Monkóxi de Lomerío y la Central Indígena de Comunidades Originarias de Lomerío (CICOL), entregaron al Tribunal Constitucional Plurinacional su proyecto de estatuto autonómico.

Los dirigentes indígenas fueron recibidos, en acto especial, por el Magistrado Efren Choque, presidente en ejercicio del TCP, a quien presentaron el documento, hace conocer en un comunicado de prensa el Centro de Estudios Jurídicos e Investigación Social (Cejis).

"Para plasmar nuestra autonomía en base a nuestra realidad como nación Monkóxi y sobre el territorio titulado por el Estado Plurinacional", expresó Pablino Parapaino, miembro de la Asamblea Autonómica del pueblo Monkóxi. /

martes, 17 de diciembre de 2013

15 comunidades guaraníes recibieron tierras en la frontera. ¿Puede haber futuro en un lugar arrasado antes por una guerra?­­

La tierra prometida no es ningún vergel. Es una llanura árida del tamaño de Nueva York en la que apenas crece pasto. En la tierra prometida no hay un solo pueblo. Y a su alrededor hay apenas unas cuantas haciendas cuyo mayor patrimonio es un puñado de vacas que lucha por sobrevivir entre sequía y sequía. En la tierra prometida habitan sólo seis personas: una pareja, dos de sus hijos y dos solteros que suelen cazar para distraerse. En la tierra prometida no hay agua: la precipitación pluvial es allá de unos 300 milímetros al año, como en un desierto; y apenas da para empapar un poco el suelo. En la tierra prometida los árboles que hay casi ni dan sombra. En la tierra prometida todavía no hay alojamientos, ni escuelas, ni plazoletas, ni iglesias. Tampoco, un centro de salud. En la tierra prometida, hasta hace algunos años, no había absolutamente nada.

La tierra prometida tiene nombre: Yembiguazu, que en castellano quiere decir bajada interminable. Nació en 2007 luego de la titulación de más de 90.000 hectáreas en favor de las comunidades indígenas guaraníes del municipio de Macharetí —perteneciente al departamento de Chuquisaca—. Es hoy un recinto piloto en el que se cría ganado criollo. Ocupa una ancha franja fronteriza en el Chaco, a 17 kilómetros de Paraguay. Y se comunica con el “exterior” gracias a un potente radio operador —el único en la zona— que permite a los colonos anunciar de rato en rato que siguen vivos.

En la tierra prometida, esos mensajes esporádicos tienen más sentido que en ningún otro rincón de Bolivia. Allá, el clima es asesino: 50 grados de temperatura en la temporada caliente; menos de ocho en la fría. Las planicies aburren. El viento está loco.

“Y si te pica una víbora, te puedes dar pronto por muerto”, comenta Leo Castro Céspedes, 44 años, shorts a cuadros, cabello corto, manos con dedos como chorizos.

Leo casi siempre está rodeado de guaraníes —en este momento, lo acompañan dos, ambos acullican con ansiedad hoja de coca—; y podría pasar por un guaraní más si uno no lo conociera. Pero no lo es. Él es un caray (un “hombre blanco”) que ha sido contratado como técnico por el máximo organismo guaraní, la Capitanía, para hacerse cargo del Centro Ganadero Yembiguazu, es decir, para manejar los destinos de la tierra prometida.

La gran aventura

En Macharetí, las comunidades guaraníes son 15: Carandaycito, El Vinal, Totoral, Timboicito, Isipotindi, Tatí, Macharetí Central, Macharetí Estación, Tiguipa, Tiguipa Estación, Tentamí, Tayirenda, Yuki Kaipependi, San José y Ñancaroinza. Entre todas hicieron posible la carretera a la tierra prometida. “El terreno lo tuvimos que localizar con GPS —resume Leo, que no ha dejado un segundo de sudar por culpa de un calor pegajoso y cicatrizante—. Fueron seis meses de faena intensa para hacer brecha, para levantar alrededor de 18 kilómetros de pista. Ya había senderos que habían abierto un tiempo atrás algunas petroleras. Pero no hasta Yembiguazu. La gente que trabajó acá lo hizo todo a puro brazo: con azadón, con hacha y con machete. No se utilizó maquinaria pesada”.

En Yembiguazu, al principio se vivía bajo toldos, bajo carpas. Y el agua había que tomarla de los atajados —diminutas lagunas artificiales para acopiar lluvia— de las propiedades vecinas. Para regalarse un trago, uno debía andar a veces 10, 15, 30 kilómetros de distancia. “Animales y personas bebían de un mismo sitio”, acota Leo.

Luego, se construyó un galpón que ofrecía un mejor cobijo. Y a continuación, el pozo, que tuvo que sumergirse 230 metros para robar algo de líquido a un terreno huraño e implacable, y las viviendas: dos ambientes mínimos, de tres por cuatro, que sirven para poco más que el descanso nocturno, pero que allá son un lujo.

En la tierra prometida, no hay electricidad y se cocina a leña, en una olla común que abastece a todos por igual y que se vacía pronto porque siempre hay hambre. Los cubiertos son un utensilio extraño: se cuenta con los justos para las seis almas en pena que cuidan el punto fronterizo. Y cuando hay visitas, lo que en la India es un símbolo de etiqueta —comer con las manos— se convierte en un acto impulsado por la necesidad.

La dieta suele estar compuesta por granos como el maíz, el arroz o el poroto y hortalizas como la papa o la cebolla, alimentos que dan fuerza para afrontar las tareas del campo. “Hay cosas, como el tomate, que no se consumen porque se dañan rápido —señala Leo—. Y las provisiones las suelo llevar yo desde Macharetí cuando viajo. No me queda de otra. Porque el suelo en Yembiguazu no es bueno para el cultivo”.

Leo se traslada a la tierra prometida en un cuatro por cuatro un par de veces todos los meses —cuando lo hace, se queda una o dos semanas—. Y en el auto, además de víveres, transporta medicamentos para las emergencias: “calmantes para los dolores de cabeza y para los músculos, pastillas para las infecciones internas. Son importantes. Cuando no hay, uno tiene que aguantarse o curar las diarreas con mate y el dolor de muelas con coca, que sirve como anestesia”.

Hoy, debía haber salido para allá —y nosotros con él— porque tenía que carnear una res para la fiesta de aniversario de la Capitanía, que se celebrará en unos días. Pero no ha podido ser porque llovió y la vía está con barro. “Como la topografía es plana, se estanca el agua y es difícil pasar”, dice. Se trata de una ruta sólo para aventureros.

La gran marcha

A los guaraníes de Macharetí, se les ha dado mucho en la última década: ONG e instituciones de todas las siglas y los colores imaginables les han comprado tierras —a veces mejores, a veces peores—. Les han ayudado a armar sus casas y les han dotado de herramientas para que, poco a poco, puedan valerse por sí mismos. En Isipotindi, por ejemplo, colocaron una geomembrana —una gran bolsa de material sintético y capacidad para 20.000 litros— por vivienda para “cosechar” agua de lluvia. Y los acuerdos que permiten a las empresas gasíferas explotar sus territorios han devenido en ingresos antes impensables para que la Capitanía afronte nuevos proyectos.

Pero es tanto lo que les quitaron antes sus expatrones —los hacendados— que cualquier apoyo parece ahora insuficiente. Los terratenientes les robaron la dignidad, el derecho a la educación y a un salario justo y la capacidad de decidir. Les prohibían hablar en guaraní. Les azotaban cuando no rendían lo suficiente, les amenazaban con sus rifles y sus grandes pistolones cuando se rebelaban contra ellos. Los anularon por completo.

Esta situación pegó un vuelco en 1996 gracias a la “Marcha por el territorio, el desarrollo y la participación política de los pueblos indígenas”, que partió en la localidad cruceña de Samaipata, terminó en La Paz y obligó a que se promulgara la Ley INRA —que dio pie la reversión de miles de hectáreas abandonadas a su suerte, baldías— y al reconocimiento de 33 Tierras Comunitarias de Origen. De ahí, surgieron varios líderes que luego fueron la semilla del proceso de emancipación de los guaraníes.

Uno de ellos es Carlos Cuéllar, de 64 años, un señor de lentes, sandalias y voz monótona que se queja a veces de que tiene las rodillas “oxidadas” y que radica en Tentamí, que significa pueblo chico. Para llegar allí hay que contratar un taxi desde Macharetí o tener algo de suerte y cruzarse con un camión de carga que vaya por esas latitudes; y después, atravesar un lindero de árboles fantasmagóricos de ramas peladas.

En Tentamí, los chanchos y las gallinas no hacen caso ni a cercos ni a vallas: campean a sus anchas. Algunas poleras cuelgan de tendederos improvisados y Carlos se recuesta ahora en una silla sencilla. Le toca descansar. Según él, ya caminó bastante cuando era joven. En aquella época, caminaba a veces 60 kilómetros para asistir a las reuniones zonales; caminaba junto a otros compañeros y compañeras —en lo que se denominó “la lucha”— para intentar liberar a sus pares guaraníes de los predios en los que les explotaban; caminaba monte a través, sorteando ríos y cañadas, por donde fuera.

“A mí me decían que los ganaderos me iban a matar, pero yo no tenía ningún miedo. Yo me quedé sin padre muy pronto y sufrí mucho cuando era niño. La poca ropa que tenía la remendaba una y otra vez. Y no quería ese sufrimiento para mis 11 hijos. Por eso, decidí ser dirigente. Para que ellos tuvieran alguito más: por lo menos estudio”.

Ser cabecilla le supuso problemas con la familia: “casi nunca paraba en casa”; le forzó a dejar su chacra casi abandonada: “no podía cultivar porque rara vez —repite— estaba en la comunidad”; y a la fuerza tuvo que abonarse a una economía precaria: “por aquel entonces, no recibíamos ni un sueldito por nuestro liderazgo”, recuerda.

En Tentamí no puede quedarse nadie sin la autorización de alguna figura notable, como Carlos. “Sin nuestro permiso, ni la Policía puede entrar”, interrumpe Apolinar Chuguay, otro comunario. Según Apolinar, son los propios guaraníes los que hacen cumplir las reglas en sus aldeas de postal. “Por una falta leve, multa.

Por una grave, mandamos a hacer adobes al que ha incumplido. Hemos reglamentado hasta los chismes. Si difundes uno y no puedes comprobarlo, tienes que pagar 50 bolivianos”.

Apolinar, que dice no tener tiempo ni para casarse con su pareja —con la que tiene una hija—, representa a los jóvenes que quieren seguir los pasos de los más ancianos, de los “antiguos”, de gente como Carlos, con años de sabiduría y experiencia y mucho por contar. “Ellos son un modelo y todos deberíamos imitarlos”, comenta. Actualmente, Apolinar es responsable de producción e infraestructura de la Capitanía; y su historia no difiere en gran medida de la de otros que hoy cumplen un papel esencial.

“Yo también he conocido la penalidad —relata—. Mi padre era alcohólico y, cuando yo era niño, me pegaba. Me escapé a Villamontes a los 12 años; y allá crecí sin que nadie me colaborara. Vendía helados, ganaba al mes 200 bolivianos y con eso alquilaba un cuarto para guarecerme. Así me tocó a mí. Así es a veces.

Pero, cuando uno lo pasa mal, aprende a pelear. Y yo creo que gracias a eso me convertí en autoridad”.

Tanto para Apolinar como para Carlos, la tierra prometida —Yembiguazu—, más que una línea inacabable que roza la frontera, es ahora —o lo será pronto— una oportunidad. Cada una de las 15 comunidades guaraníes de Macharetí ha recibido alrededor de 5.000 hectáreas de las que pueden disponer cuando les venga en gana y de la manera que quieran. La idea es que, de a poco, se instalen allá más y más colonos: sentar presencia. El objetivo: la prosperidad (o cuando menos algo que se le parezca).

La gran guerra

En la tierra prometida —y más allá de ella—, entre 1932 y 1935, hubo una guerra. En la guerra, dos países pobres, Bolivia y Paraguay, dejaron de ser pobres para comenzar a ser mendigos —y luego tardaron en recuperarse varias décadas—. En la guerra, el territorio agreste que se disputaban —el Chaco Boreal— fue pronto bautizado como “Infierno Verde” por los lugareños. Y en aquel “infierno”, como era de esperar, hubo miles de muertos: 60.000 bolivianos y 30.000 paraguayos, es decir, los mismos que han caído en los dos últimos años en un conflicto, el sirio, en el que el armamento que se emplea es más mortífero: moderno. En la Guerra del Chaco hubo también una enfermera, una mujer que dejó hace mucho de poner sueros, paños calientes y vendajes, que hoy tiene 103 años y vive al costado de la senda cuya parada final es Yembiguazu.

Angelina Ordóñez, la señora —pelo blanco, chaleco de lana, vestido rosado—, toma el fresco ahora en un asiento con cojines, al lado de una puerta, en medio de un patio. No ve bien; tampoco escucha demasiado.

“Yo no sabía nada de medicina cuando empezó la guerra —confiesa sin hacer esfuerzos por hacer memoria; las escenas, al parecer, aún están nítidas en su cerebro—. Pero mi marido era combatiente y yo quería ayudar. Él ya falleció. Y yo creo que he aguantado tanto por la alimentación, acá todo es natural, más saludable”.

“Lo pasamos mal —añade luego—. Los que venían de otros lados (los paceños, los potosinos, los cochabambinos) no aguantaban el calor y eran los primeros en rendirse. Los de aquí, en cambio, resistían. Ya estaban acostumbrados. Cuando los paraguayos avanzaron, tuve que agarrar a mi primer hijo, de seis años, y huir con unos caballos, dejarlo todo atrás, dormir al aire libre durante varios días, hasta que me acogieron en una comunidad guaraní cerca de Camiri, donde se portaron muy bien conmigo. Cuando retorné, vi que habían prendido fuego a todas mis cosas. Y me tocó empezar de nuevo”.

Cuentan que, por la desesperación, refugiados en la soledad de las trincheras, los soldados devoraban la suela de sus zapatos y bebían sus orines. Los más avispados comían raíces o miel de abeja, pero a veces ni siquiera eso aliviaba el hambre. Y algunos se volvían locos y se suicidaban. Tras este tipo de experiencias traumáticas, lo más lógico sería olvidar —cerrar de a poco las heridas—. Pero lo que más suelen hacer los que las padecieron, como Angelina, es, más bien, todo lo contrario: rememorarlas.

El predio que ocupa la abuela centenaria desde hace años se llama “La Oculta”. Más allá de sus dominios, dicen que todavía hay algunos rastros de la guerra: casquillos de bala, morteros sin explotar, vehículos desguazados, cantimploras, granadas. Y a menos de una hora en carro está Carandaytí, el último gran punto poblado antes de Yembiguazu. Lo de “gran punto poblado” es un decir, porque en realidad se trata de una larga recta llena de construcciones de ladrillo y con muy pocas calles aledañas.

Marcial Cerezo —55 años, guaraní, gorra marrón, camisa blanca con los botones superiores abiertos— suele hacer las compras en Carandaytí porque su comunidad —Carandaycito, a dos kilómetros del pueblo— no produce casi nada. Se traslada en una bicicleta de color verde aceituna. Y comenta que creció de niño rodeado de patrones, en una hacienda donde lo abusaban. “Allá lo único que nos daban era guasca”.

Carandaycito se abre paso en un paraje hostil que comienza donde acaba la energía eléctrica. Y la luz, según Cerezo, no es lo único que les hace falta. “En realidad —afirma—, no tenemos nada. En los periodos más complicados, hasta el agua tenemos que comprarnos: a 160 bolivianos cada cisterna. Los terratenientes se entran a nuestros terrenos porque no nos alcanza a veces ni para alambrar. Y nos enfermamos mucho. Hay algunos que se quejan de dolores en el cuerpo y yo pienso que debe ser por el mal de chagas. Hace cinco años que nadie fumiga. Y se ve vinchuca por todo lado”.

Cuando damos marcha atrás —porque, como dijimos, en estos días no hay paso a la tierra prometida— hacemos una escala en una pensión de Carandaytí donde se habla de los guaraníes como de un vecino incómodo que molesta a cada rato. “Son muy flojos”, brama un taxista que se vanagloria de haber sido nieto de un señor “malo de verdad” que arreglaba los pleitos a tiros. “No miran hacia el futuro, todo se lo tienen que dar”, comenta el dueño del local, un tipo de bigote fino y un apretón revienta manos con el que saluda. “Chupan mucho —dice su esposa acto seguido—. Y no puedes dejar vacas a su cargo porque, al año, ya están muertas. No las cuidan”.

Yembiguazu, sin embargo, la contradice. El proyecto se inició con 106 cabezas (100 vientres y seis toros reproductores) y hoy son más de 600 las que pueden contarse.

La gran esperanza

En Yembiguazu, las personas se levantan a la misma hora que los gallos, a las cuatro o cuatro y media de la mañana, porque siempre hay mucho que hacer, porque son pocos para encargarse de todo. A esa hora, se desayuna y luego se ordeña. Después, los animales pastan, pasean; y los vaqueros guaraníes se dedican a otras tareas: arreglan los cercos para que las reses no se escapen, realizan controles veterinarios de rutina, se cura a los ejemplares que están enfermos. Las jornadas se extienden a veces hasta las seis o seis y media de la tarde. Los días de descanso —feriados y domingos— quedaron fuera del almanaque. Si se suspendiera la actividad una sola fecha, el centro ganadero colapsaría.

En Yembiguazu, a veces se reciben visitas de algunos vecinos que tienen propiedades cerca —al norte, los Tejerina; al sur, los Navia—. Se trata de hacendados empobrecidos que suelen llegar al predio con sus pocillos para tomar un mate. “Se comparte mucho —explica Leo Castro, el caray que no es guaraní, pero que quisiera serlo—. Ha habido cierto acercamiento del ‘blanco’ con el guaraní. Y la relación es ahora de tú a tú. Ya no hay la discriminación hacia el indígena que había antes. La misma naturaleza ha hecho que unos y otros se unan. Por culpa de ella, todos sufren fatalidades”. Cuando se matea, según Leo, suelen pasar muy buenos ratos. “Es genial porque uno se acuerda de todo. La boca arde con el agua caliente y eso que hace que nos volvamos charladores. El mate es para hablar bien de todo; y también mal” (risas).

En Yembiguazu se produce leche, queso y queso estirado. El queso estirado es más largo y fino que el que todos conocemos, parece un rollo de papel higiénico y es famoso en las ferias regionales. Pero no se vende porque es para el autoconsumo. Porque el lugar no es ninguna “fábrica” ni ha sido creado con ánimo de lucro. Porque la tierra prometida es más bien una esperanza. Un territorio en el que los guaraníes visualizan su futuro; y en el que única lógica posible es la supervivencia. Así es y así tendrá que ser al menos durante algunos años. Por el momento, los que viven allá —esa media docena de espíritus valientes— no podrían armar ni siquiera un equipo de fútbol.

lunes, 16 de diciembre de 2013

VIDEO: Guaraníes brasileños piden a Coca-Cola que no compre azúcar de sus tierras

Una comunidad brasileña de indios guaraníes ha pedido a la multinacional Coca-Cola que deje de comprar azúcar de la empresa estadounidense Bunge, que lo obtiene de tierras robadas a esa tribu, informa hoy Survival.

La organización no gubernamental, con sede en Londres, se hace eco del sufrimiento de estos indígenas que, según explica, se ven obligados a vivir en un pequeño trozo de bosque rodeado de cultivos de caña de azúcar, mientras que sus hijos enferman por culpa de los pesticidas.

En un comunicado, Survival señala que Coca-Cola compra azúcar de Bunge, que a su vez obtiene la caña de azúcar de "tierra robada a los guaraníes" por terratenientes para producir, entre otros productos, combustibles biológicos.

La compañía fabricante del refresco se comprometió hace poco con la organización no gubernamental británica Oxfam a no ser cómplice del hurto de tierras a indígenas, una promesa que, según Survival, incumple si mantiene su asociación con Bunge.

"Coca-Cola debe dejar de comprar azúcar de Bunge. Mientras estas empresas se lucran, nosotros nos vemos obligados a soportar hambre, miseria y muertes", afirmó un portavoz guaraní, en unas declaraciones recogidas por Survival.

La comunidad guaraní de Jata Yvary en el Mato Grosso do Sul de Brasil, formada por 370 personas, ha visto como la mayor parte de sus tierras ancestrales se han convertido en plantaciones para Bunge, al tiempo que sufren graves problemas de salud por los pesticidas.

De acuerdo con Survival, las tierras han sido robadas por poderosos rancheros que las utilizan para ganado y para la producción de caña de azúcar y soja.

Los líderes tribales son sistemáticamente asesinados al intentar defender sus derechos y otros miembros de la tribu se suicidan por desesperación, asegura la ONG.

Survival, que también ha hecho un llamamiento a Bunge para que deje de suministrarse en tierras usurpadas, pide a las autoridades brasileñas que protejan la tierra de los guaraníes antes del Mundial de fútbol de 2014.

En cuanto a Coca-Cola, el director de Survival, Stephen Corry, ha subrayado que, mientras su acuerdo con Bunge continúe, la promesa de la empresa contra el robo de tierras "está vacía de contenido".

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Grupos del Conamaq se enfrentan en toma de sede


COMUNARIOS DE TIERRAS ALTAS PRETENDIERON ENTRAR A LA SEDE UBICADA EN SOPOCACHI. LA POLICÍA TUVO QUE INTERVENIR.

Tras la posesión del nuevo Jiliri Apu Mallku como máxima autoridad, dos grupos del Consejo Nacional de Markas y Allyus del Qullasuyu (Conamaq) se enfrentaron anoche por la toma de la sede de la entidad. Uno de ellos pertenece al grupo de Félix Becerra y el otro grupo corresponde a Hilarión Mamani, quien fue posesionado por el congreso del VIII Jacha Tantachawi, como la nueva autoridad originaria ante cuestionamientos por la legalidad de esa elección.

Al promediar las 19.00 horas, la nueva directiva del Consejo y los representantes de los 16 suyus se dirigieron hasta las instalaciones de la sede, ubicada en la calle Luis Uría de la Oliva, en la zona de Sopocachi. Ante el intento de la toma se tropezaron con el grupo de Becerra, quienes horas antes ya se encontraban en el lugar para impedir el ingreso de las nuevas autoridades originarias.

Ante este enfrentamiento, efectivos de la Policía y bomberos llegaron hasta lugar para apaciguar los ánimos entre los grupos de choque. Según relatos de algunos dirigentes originarios, se agredió a chicotazos a tres personas y se evidenció el destrozo de la puerta de ingreso del inmueble.

La autoridad electa del Conamaq, Hilarión Mamani, explicó que la toma por parte de los 16 suyus fue “pacífica, diplomática y de manera orgánica”.

“Tengo que hacer cumplir los derechos colectivos de los pueblos indígenas originarias. En este momento estamos pidiendo que nos devuelvan la casa, porque esta casa es propia de los indígenas”, sostuvo Mamani.

Becerra, quien apoya la demanda de defensa del Tipnis y el proyecto político de Rafael Quispe, habría cumplido su mandato de dos años, quedando descartado de continuar o reelegirse, pues en las comunidades y los usos y costumbres se prohíbe el prorroguismo, asumiendo la rotación de cargos.

A raíz de esta pugna, el comandante de la Policía, Armando Cerruto, intervino en el problema, solicitando que dirigentes del sector en conflicto ingresar a la sede para dialogar. “La violencia lleva a más violencia, no queremos eso, nosotros queremos pacificar y hablar con algunos representantes para que ingresen a dialogar, porque eso es lo que nos piden quienes están adentro”, dijo a los movilizados.

Mamani, tras la reunión confirmó que los comunarios de tierras altas que llegaron a La Paz desde Oruro, Potosí y Chuquisaca se replegarán hasta hoy en horas de la mañana cuando se posesione la nueva directiva.

“En estos momentos con nuestro comandante nacional hemos quedado que los hermanos de Conamaq van a abandonar y mañana (hoy) estaríamos tomado la casa de los pueblos indígenas, declaró.

Uru muratos exigen renuncia del asambleísta de chipaya

Los uru muratos, que desde la semana anterior se encuentran movilizados exigiendo un curul en la Asamblea Legislativa Departamental, ayer hicieron conocer que además de esta demanda ahora también piden que el asambleísta de Chipaya, Segundino Condori, renuncie y de paso para que el representante de los muratos, Germán Choque pueda asumir su cargo.

Tanto el pueblo de los Uru Chipayas como Uru Murato, pertenecen a la Nación milenaria de los Urus, actualmente esta nación tiene un curul a nivel departamental.

El alcalde comunal Uru Vilañaque, Simiano Valero señaló que se continuará con la vigilia instalada en la glorieta de la Plaza Principal "10 de Febrero" mientras los asambleístas no atiendan a su demanda.

Manifestó que en primera instancia se pide la renuncia inmediata del asambleísta, Segundino Condori para que habilite como titular a Germán Choque que es el representante de los Uru Murato, luego se demanda que se incluya dentro de la propuesta del Estatuto la alternancia entre ambos pueblos para que puedan legislar, es decir que el sector del lago Poopó y Chipaya pueden tener una gestión de dos años y medio.

Mencionó que hace dos años debía renunciar el asambleísta de Chipaya, tal como establece el acuerdo interno firmado entre las poblaciones de los chipayas y los muratos pero esto no sucedió, por eso ahora se plantea la renuncia de Segundino Condori porque no quiso dejar su cargo, adelantó que de no ser escuchados se asumirán otras medidas de presión.

En tanto el representante de los Uru Murato elegido como asambleísta suplemente, Germán Choque, indicó que se tuvo un acuerdo que señalaba que los representantes de ambos pueblos debían legislar durante media gestión, es así que la pasada gestión se presentó una carta a la Asamblea para que el asambleísta de los chipayas renuncie y él pueda asumir su cargo pero a la fecha no existió respuesta.

Mencionó que es necesario tener un representante dentro el ente legislativo para que pueda gestionar proyectos a favor del sector del lago Poopó que actualmente se encuentra abandonado, aseveró que no existe el tal proceso de cambio ni por parte del Gobierno central ni departamental.

Enfatizó que se requieren proyectos camineros, fomento a la pesca, además de trabajos de remediación ambiental, puesto que a la fecha nadie se ocupa de la contaminación que existe en este sector.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Aymaras Sin Fronteras instan a aprovechar los recursos hídricos

Para los representantes de la Mancomunidad de Municipios Aymaras Sin Fronteras (MMAsF), aprovechar los recursos hídricos, es una tarea conjunta de las instituciones públicas y privadas para mejorar las condiciones de vida de los pobladores de los municipios y a la vez de la actividad productiva a nivel regional.

Bajo esa premisa, el proyecto "El Agua es Vida" y "Reducción del Riesgo del Desastre y Adaptación al Cambio Climático", de la MMAsF, organizan el "Encuentro de Acuerdos Intergubernativos para el Aprovechamiento de Recursos Hídricos", a realizarse entre el 12 y 13 de diciembre.

Para este efecto se prevé la participación de autoridades municipales y del Gobierno Autónomo Departamental, técnicos, directivos de otras mancomunidades y autoridades nacionales, involucradas en el tema de aprovechamiento de los recursos hídricos.

El coordinador del proyecto "El Agua es Vida", René Plata Aleluya, manifestó que en pasados años se trabajó en la implementación y construcción de atajados, pozos semiprofundos, vigiñas, manejo de bofedales, zanjas de infiltración, prácticas de conservación de suelos y otros trabajos relacionados al aprovechamiento de aguas de lluvia en beneficio del sector de los camélidos.

"Este encuentro busca compartir experiencias y aprendizajes para un mejor aprovechamiento de las aguas de lluvia y conseguir compromisos o acuerdos intergubernativos que permitan atenuar la escasez de agua", señaló.

Las obras arriba mencionadas son resultado del Proyecto "El Agua es Vida" y del "Proyecto de Reducción del Riesgo de Desastres y Adaptación al Cambio Climático". Ambos proyectos fueron financiados por la Cooperación Suiza y se ejecutaron en los municipios de Corque, Santiago de Huayllamarca, San Pedro de Totora y Curahuara de Carangas del departamento de Oruro, que son miembros de la Mancomunidad Aymaras Sin Fronteras.

El jueves se visitará a las obras ejecutadas en Corque y Belén de Andamarca, otra comisión se dirigirá al municipio de Huayllamarca y la tercera a San Pedro de Totora y Curahuara de Carangas.

El viernes se reinstalará la plenaria con los técnicos y autoridades de los municipios, además de los representantes de las instituciones participantes para valorar la experiencia de la MMAsF y firmarán acuerdos que permitan la réplica de las experiencias visitadas.

Uru muratos reclaman atención del Gobierno nacional y departamental

Los uru muratos pertenecientes a la Nación legendaria de los Urus reclaman atención del Gobierno nacional y departamental, pues señalan que a la fecha no existe de-

sarrollo en sus comunidades y que este pueblo minoritario quedó olvidado.

El alcalde comunal Uru Villa Ñeque, Simiano Valero, señaló que no existe inversión en proyectos por parte del Gobierno Autónomo Departamental, ni de las autoridades nacionales y manifestó que los gobernantes solo realizan promesas que nunca cumplieron.

Explicó que hace varios años los Uru Puñaka y Villa Ñeque entregaron un proyecto para viviendas comunales, pero hasta ahora no se hizo absolutamente nada, según las autoridades porque no se adjudicaron las obras.

Mencionó que para gestionar proyectos de inversión y hacer que exista más desarrollo en el pueblo minoritario Uru Murato se pidió a la Asamblea Legislativa Departamental incluir en el Estatuto Autonómico un curul para los uru muratos, pero los legisladores no accedieron a su pedido.

Sostuvo que los asambleístas no quieren escuchar su demanda porque dicen que no se puede incluir una representación para los uru muratos dentro el ente legislativo porque no está enmarcado a la norma, además argumentan que la Nación Uru tiene su curul y debe alternarse entre los uru chipayas y uru muratos.

Enfatizó que ellos continuarán con su demanda porque está respaldada por la Constitución Política del Estado (CPE), la Ley Marco de Autonomías y el Régimen Electoral que reconoce a los pueblos indígenas-originarios. Señaló que no se conoce de un artículo específico donde diga que no es viable la inclusión de un curul más y que es inconstitucional.

"No se puede compartir la alternancia de un curul porque como pueblo minoritario Uru Murato la ley faculta, dice donde existen los pueblos minoritarios deben tener un escaño departamental y municipal, eso estamos planteando y tenemos que lograrlo, esa es la visión de las autoridades de las comunidades", sostuvo.

Guaraníes practican una nueva ganadería comunitaria y sostenible

La vida en las comunidades de Itatiki e Ipitakuape -ubicadas en el municipio de Charagua, al sureste de Santa Cruz- transcurre sin prisa entre árboles frondosos, un calor abrasador y campos lozanos. En medio de este paraíso terrenal se practica una ganadería comunitaria y sostenible que busca enfrentar los efectos de la sequía.
Dos horas de viaje desde Charagua, por un camino de arcilla y piedra, conducen a estas comunidades guaraníes, que desde hace tres años aplican silvopasturas y cosechan agua a través de atajados y aljibes de geomembranas, con el fin de tener agua y forraje todo el año para su ganado.
La implementación de este sistema parte de una iniciativa comunal con el apoyo del Centro de Investigación y Promoción del Campesinado (CIPCA) Cordillera, que a partir de los saberes locales impartió conocimientos técnicos para el aprovechamiento de los recursos hídricos y naturales de la zona.
Esto -indica Delcy Medina, productora comunal- no sólo les permite asegurar la alimentación de los animales, sino que, al tratarse de un proyecto sostenible y en comunidad, todos se benefician de la leche y el queso que producen, y evitan la deforestación de la tierra con la técnica de monte diferido, que restringe el acceso del ganado en época de lluvia para que las forrajeras nativas crezcan.
"Antes la comunidad se dedicaba a la ganadería al aire libre y morían las vacas por falta de forraje. Ahora se alimentan sólo de un área y cuando el pasto se acaba, sembramos para que vuelva a crecer con la lluvia. Toda la comunidad ayuda en el trabajo y cada uno es libre de venir a ordeñar para su familia”, comenta la agricultora.
La última década, el Chaco cruceño vivió periodos críticos de sequía que modificaron el calendario agrícola por el retraso y la discontinuidad de las lluvias. Si antes la época seca duraba de abril a noviembre, ahora puede extenderse hasta diciembre o terminar en octubre. Y es impredecible.
Al respecto, Alejandra Ansaldo, directora de CIPCA Cordillera, afirma que "las sequías son inevitables, pero depende de la capacidad de adaptación de las comunidades y de los mecanismos que desarrollen para amortiguar los efectos del cambio climático”.
De esta manera, en 2010 CIPCA Cordillera entregó a Itatiki 20 vaquillas criollas y un toro reproductor. A la fecha, y siguiendo al pie de la letra las recomendaciones, ya cuentan con 45 vaquillas y 15 terneros que habitan en un terreno de 2.100 hectáreas.
Las 35 familias beneficiadas tienen dos atajados construidos mediante movimiento de tierra, que son alimentados por el escurrimiento superficial de la precipitación pluvial. Esto permite almacenar agua que se aprovecha más en la temporada seca.
También construyeron un aljibe de geomembrana, de 20.000 litros, que utilizan para recoger, almacenar y preservar el agua de lluvia, a través de canaletas que conducen el agua del techo a este depósito, que luego transportan a bebederos para consumo de los animales.
En Ipitakuape, en cambio, después de recuperar 62.000 hectáreas para la comunidad, este año habilitaron un atajado con capacidad de 15.000 litros y empezarán con la cosecha de agua que beneficiará a sus 70 cabezas de ganado y 17 terneros.
"Hay buen interés de la gente en este proyecto. Las familias participan activamente en la siembra de pasto y en el cuidado del ganado. Es un trabajo en conjunto que busca el bien común”, dice Rolando Villagra, técnico de CIPCA.
Ese entusiasmo de los comunarios los está impulsando a producir leche para el desayuno escolar de la zona y también transformarla en yogur, mantequilla y queso para el consumo local.
Pero antes de alcanzar este objetivo, buscan el crecimiento de su ganado, al que cuidan con esmero y dedicación. "Hicimos una capacitación sobre el cuidado del ganado. Ahora sabemos qué enfermedades pueden sufrir y las vacunas que hay que aplicar. Además tenemos un encargado que los supervisa todo el día”, explica Javier Cochegua, capitán comunal de Itatiki.
Cochegua se encarga del cuidado de las hembras preñadas, del destete de las crías, supervisa que tengan agua y los lleva a pastorear en las silvopasturas, que consisten en una combinación de árboles y arbustos con pasto o leguminosas nativas e introducidas.
De la siembra y cuidado del pasto, no obstante, es responsable toda la comunidad, que con picota y pala en mano derraman las semillas, remueven la tierra seca y retiran árboles sin valor forestal, cortan el pasto cuando está a 15 centímetros del suelo y secan el que se desparrama en el terreno.
"Este proyecto es una gran ayuda para salir de la pobreza y también para tener una actividad diaria por el bien de la comunidad. Poco a poco estamos viendo los resultados y nos sentimos satisfechos por mejorar nuestras condiciones de vida”, dice Ángel Avelino, capitán comunal de Ipitakuape.

Como él, el resto de los comunarios siente el mismo entusiasmo que los impulsa a continuar con estas prácticas de aprovechamiento sostenible del agua en la ganadería que, por los resultados obtenidos, es un modelo para comunidades vecinas con el deseo de repetir esta experiencia.



68
familias
de las comunidades Ipitakuape e Itatiki se benefician de estos proyectos.

sábado, 7 de diciembre de 2013

GOBIERNO INFORMA A YURACARÉS

Personeros del Ministerio de la Presidencia y de la Agencia para el Desarrollo de las Macrorregiones y Zonas Fronterizas (Ademaf), Regional trópico de Cochabamba, fueron parte de la asamblea de las Tierras Comunitarias de Origen (TCO) Yuracaré.

La comunidad indígena de Remanzo, a orillas del río Chapare del municipio de Chimoré, fue sede del evento, en el cual participaron más de 100 caciques, corregidores y delegados de las 22 comunidades que forman parte del Concejo Indígena Yuracaré (Coniyura).

Un boletín del Ministerio de la Presidencia señala que en el evento realizado durante tres días se evaluaron y planificaron los nuevos emprendimientos, programas y proyectos en el marco de la Estrategia para la Erradicación de la Extrema Pobreza en las Comunidades Indígenas.

El director ejecutivo de Ademaf, Gral. Luis Fernando Alcázar, y Jhonny Rappu, director regional de Ademaf Trópico, brindaron informes sobre la inversión estatal realizada en esa región en diversos proyectos.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Guaraníes advierten escasez de fruta por sequía

El capitán grande de la comunidad Tarairi del municipio de Villa Montes del departamento de Tarija, Marcos Guzmán Castillo, señaló que la producción agropecuaria fue poca, debido a los cambios climáticos de este año, como la sequía, por lo que anunció causará la escasez de fruta para el próximo año.

El dirigente indígena cuestionó la falta de apoyo de las autoridades municipales, porque dijo que no contaron con ninguna ayuda para sacar adelante la producción en el Chaco.

“Hasta el momento nada, no tenemos nada, ni un apoyo de la Alcaldía, ni de la Gobernación, seguimos ahorita lamentando. No habrá mucha fruta por el tema de la seguía”, declaró Guzmán a radio Aclo de la Red Erbol.

Mientras que Nemecio Paniagua Villanueva, presidente de la Asociación de Piscicultores de la provincia Gran Chaco, calificó de positiva la inversión que hicieron las autoridades de Villa Montes en su sector.

Mojeños inician campaña para que no se “mate” a El Choré

La Central de Comunidades del Pueblo Indígena Mojeño (CCPIM) realiza una campaña informativa destinada a generar conciencia -en las áreas urbanas fundamentalmente- sobre la importancia de conservar a los árboles de la Reserva Natural El Choré del departamento de Santa Cruz.

Para los indígenas si no se para la deforestación indiscriminada de árboles en la Reserva, la población boliviana será la afectada, sobre todo en su soberanía y seguridad alimentaria.

En El Choré, de un millón de hectáreas de tierras, se encuentra la Tierra Comunitaria de Origen (TCO) El Pallar de los pueblos Mojeño y Yuracaré, de una superficie de 78.655 hectáreas, pero la zona ecológica sufre hace años la invasión de loteadores, colonos y madereros, que tumban el bosque para hacer negocios, hicieron conocer dirigentes indígenas.

El vicepresidente de la Ccpim, David Pérez Rapu, señaló que se busca hacer conocer a la población la importancia de la Reserva Natural y sus bosques, que están seriamente afectados por la deforestación indiscriminada.

“Como pueblo mojeño trabajamos una estrategia comunicacional para hacer conocer la importancia del bosque, la importancia del territorio, la importancia de las reservas forestales. Una de ellas es la de El Choré, dentro de la cual está nuestro territorio. Estamos preocupados por los daños ambientales que ya estamos sintiendo”, aseguró el mojeño.

La organización indígena realiza presentaciones en las que informa sobre la situación de El Chore con la exposición de datos y argumentada con estudios de campo. Hasta ahora, llegaron con este mensaje a la Alcaldía de Yapacaní, a la Agencia para el Desarrollo de Macrorregiones y Zonas Fronterizas (Ademaf) y la Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia (Cidob), presidida por el takana Adolfo Chávez.

Pérez anunció que se reunirán con el empresariado de Santa Cruz, con las y los universitarios de la Universidad Gabriel René Moreno (Uagrm), con el Comité Pro Santa Cruz, entre otras instituciones, para convocarlas a defender esta reserva forestal y territorio indígena.

“Queremos hacer una presentación en banner para exponerla una vez al mes en la Manzana Uno; empezar nuestras presentaciones con bailes de macheteros; realizar visitas guiadas a la zona, para lo cual ya tenemos un bote con capacidad para 40 personas; queremos iniciar una estrategia de reforestación de zonas desforestadas por la invasión en El Choré, queremos tener apoyo de la sociedad”, puntualizó.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Asambleísta ayuna demandando mayor representación para urus

El asambleísta Segundino Condori Condori se declaró ayer en huelga de hambre en el salón de sesiones de la Asamblea Legislativa Departamental de Oruro (ALDO), pidiendo una representación más para los urus, pues actualmente sólo tienen un curul por los Uru Muratos y por los Uru Chipayas, habiendo sido reconocidas como dos naciones indígena-originario-campesinas, por separado.

Ayer, durante la sesión en la que se aprueba el Estatuto Autonómico de Oruro, se llegó en horas de la tarde al artículo 22, que determina la composición de la Asamblea Departamental, y fue la propuesta de los urus contar con dos representantes por las dos naciones indígena-originario-campesinas, llegando a ser 34 los asambleístas y no 33 como hasta ahora, pero esto fue rechazado a través del voto mayoritario.

Condori, expresó que su propuesta es en base a la Ley Marco de Autonomías, en la que se establece que serán los estatutos autonómicos los que determinen la cantidad de asambleístas con que contarán y que las circunscripciones especiales para el departamento serán de acuerdo a las naciones que sean reconocidas.

"La ley establece que deben ser reconocidas las minorías, son dos naciones: Uru Chipaya y Uru Murato, y cada una debe contar con su representante, y esto no quieren los asambleístas, al parecer, se trata de egoísmo porque se sabe que los aymaras nos quieren hacer desaparecer", manifestó el asambleísta representante de Chipaya.

Fue un artículo bastante discutido, ya que algunos asambleístas apoyaron la posición de Condori, pero la mayoría no lo hizo, arguyendo que es el Tribunal Electoral el que debe determinar esta asignación de un representante más.

Al haber dos posiciones encontradas, el presidente de la ALDO, Trifón Lamas, sometió a votación, en la que ganó que se mantengan los 33 asambleístas, sin incrementar ninguno, esto molestó al representante chipaya y ahora con la extrema medida pide la reconsideración de este artículo.

Hoy la sesión se iniciará a las 8:00 horas y se espera que el conflicto sea resuelto por consenso.

martes, 3 de diciembre de 2013

Lidema capacitó a jóvenes mosetenes en gestión territorial

La Liga de Defensa del Medio Ambiente (Lidema) capacitó en los últimos días a cincuenta jóvenes del Pueblo Indígena Mosetén en temas de gestión territorial de los recursos naturales.

Esta capacitación se realizó en Santa Ana de Mosetén y Palos Blancos, provincia Sud Yungas, del departamento de La Paz en el marco de autonomía municipal e indígena.

El responsable del Proyecto Transiciones de Lidema, Michael Schaub, explicó que la finalidad del curso fue fortalecer las capacidades en gestión territorial de los recursos naturales a través del diálogo e intercambio de experiencias, tanto con expertos como con otros pueblos indígenas como los Lecos de Larecaja y los Guaraníes.

Asimismo, se recogieron insumos referentes a los problemas existentes sobre el tema con el propósito de incidir en la construcción de la carta orgánica del municipio de Palos Blancos.

Se abordaron temas como impactos y gestión territorial de las industrias extractivas que tienen que ver con la exploración hidrocarburífera del bloque Liquimuni y la minería aurífera en el Territorio Comunitario de Origen Mosetén, entre otros.

La capacitación y las exposiciones estuvieron a cargo los técnicos y consultores Marcelino Chairiqui, Quintín Valeroso, Teodoro Gómez, Jorge Salgado y Michael Schaub.